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Cuando empezó el Siglo XX (I) |
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1905
El siglo XX quizás haya sido el período
en el que más vertiginosamente cambió el mundo: mutación política y
geopolítica, desarrollo económico, progreso científico y tecnológico
sostenido. Centuria de grandes guerras, violencia, tragedias y
muerte; períodos de emancipaciones, de bienestar y conocimiento.
1905 se recuerda hoy como el año de los milagros, en clara
alusión a los descubrimientos de Albert Einstein; hito fundamental
en el campo de las ciencias aunque, desde entonces, la revolución
pareció extenderse a todos los rincones del planeta, y en todas sus
formas. Científicos, políticos, médicos y filósofos; obreros,
artistas e intelectuales supieron darle brillo a la historia o
manchar páginas con sangre. Einstein fue el personaje inspirador
y disparador para hacer un repaso histórico y homenajear a los
grandes personajes protagonistas de 1905. Con seguridad, muchos
nombres y acontecimientos habrán quedado fuera de esta selección que
siempre será subjetiva. Para este dossier convocamos a profesores,
investigadores y colaboradores de UBA:encrucijadas que desde su
disciplina supieron encontrar las palabras justas no sólo para
rendir homenaje, sino también para revisar y recordar los inicios
del siglo pasado. Por razones de espacio, este número incluirá el
material concerniente al ámbito internacional, y en el próximo
abordaremos los temas nacionales. En el primer artículo, Horacio
Cárdenas, Alejandro Gangui, María Iglesias, Ezequiel Leschiutta y
Paula Santamaria nos presentan de manera desacartonada al gran genio
de la física internacional. Einstein humano, Einstein científico,
hombre de familia y navegante. Además, nos permiten entender sus
descubrimientos mediante ejemplos prácticos de la aplicación de los
mismos. Ezequiel Adamovsky rememora la revolución rusa de 1905,
una de las revoluciones más importantes del siglo XX. La
intensidad del movimiento revolucionario iniciado con el Domingo
Sangriento y profundizado por el famoso motín del Acorazado
Potemkim, culmina en fracaso, excepto por la aparición y
subsistencia de los soviets, que se transformarían en el paradigma
fundamental de la lucha revolucionaria no sólo en Rusia, sino en
buena parte del mundo a lo largo de todo el siglo. En el campo
de las letras, conoceremos a un visionario como pocos, Julio Verne.
Escritor francés fallecido en 1905, fue quizás quien con más
aproximación llegó predestinar a través de la ficción los adelantos
que se producirían en el campo de la ciencia y la tecnología. Martín
Paz analiza su obra y reconstruye trozos de la historia que alguna
vez fueron pura imaginación. A continuación, Tomás Abraham
realiza una aproximación cronológica a la obra de Jean Paul Sartre,
filósofo, novelista y dramaturgo nacido en 1905 en Francia. A través
de su artículo, Abraham hace un recorrido de la obra de Sartre,
declarando su vigencia y afirmando la necesidad de leer a quien
fuera uno de los mayores exponentes del existencialismo y del
pensamiento universal. Cerrando el dossier, se abordarán los
temas científicos. La doctora Ana María Putruele nos acerca a la
incansable labor de Robert Koch, Premio Nobel de Medicina en 1905
por sus trabajos de investigación sobre enfermedades infecciosas.
Los descubrimientos de este científico alemán continúan aún hoy
vigentes, y constituyen herramientas de avanzada en la lucha contra
la tuberculosis y el cólera, entre otras enfermedades. Liliana
María Mola, Sergio Gustavo Rodríguez Gil y Pablo Javier Rebagliati
develan la historia que hace cien años marcó la asociación entre la
determinación del sexo y los cromosomas X e Y. ¿Qué determina que un
organismo presente características femeninas o masculinas? ¿Qué
papel cumplen los cromosomas en esta determinación?. Si bien hoy
estas preguntas puedan tener una respuesta clara, recién en 1905,
luego de muchos años de investigación se dieron los primeros pasos
en esta materia, aunque se estaba muy lejos de una descripción tan
compleja como la que se conoce en la actualidad. No sólo por el
desarrollo científico de los últimos cien años, sino también por la
fuerte influencia de pensamientos sociales y religiosos
preponderantes hace un siglo.
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El año milagroso de Einstein |
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Movimiento, luz, whisky
y otros
excesos
Fue en 1905, entre los
meses de marzo y septiembre, cuando luego de cumplir los 26 años
Albert Einstein envió a publicar cinco trabajos que sacudieron los
cimientos de la física y abrieron nuevas líneas de investigación con
un gran e insospechado futuro. Con un lenguaje práctico, este
artículo revela la obra del científico a través de la aplicación
cotidiana de sus descubrimientos y nos acerca a una faceta humana
del gran genio del siglo pasado.
HORACIO CÁRDENAS, ALEJANDRO GANGUI,
MARÍA IGLESIAS, EZEQUIEL LESCHIUTTA Y PAULA SANTAMARIA CEFIEC
Centro de Formación e Investigación en la Enseñanza de las
Ciencias, Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, Universidad de
Buenos Aires.
Me desperté un viernes y, como el universo se
expande, encontrar mi robe de chambre me llevó más tiempo que el
usual. Woody Allen no hubiera podido jamás escribir esta frase si
no fuera gracias a o por culpa de Albert Einstein. La expansión
del universo, tan globalmente aceptada en la actualidad, es una
consecuencia de la teoría de la relatividad (que ha permitido el
desarrollo de la cosmología relativista). Claro que esta expansión
no la vemos como lo sugiere Woody. Pues nosotros sabemos que, aparte
de la gravitación, existen otras fuerzas que mantienen agarrados
entre sí a los mosaicos de la habitación, a las piezas de la casa, a
las casas del barrio, a los barrios de la ciudad, y a las ciudades
del planeta. En ausencia de dichas fuerzas, la robe de Woody, en
efecto, sería arrastrada por la expansión. Por otro lado, las
observaciones astrofísicas modernas que muestran cómo es nuestro
entorno astronómico dependen de la luz que recibimos de las
estrellas y galaxias lejanas. Para estudiar esa radiación estelar se
emplean detectores digitales (como las cámaras fotográficas tan en
boga hoy). Dichos detectores convierten la radiación (los
corpúsculos de luz o fotones) en impulsos eléctricos. Algo similar
sucede con los paneles solares, tanto a bordo de los satélites de
comunicaciones como aquí en la Tierra. Estas cámaras y paneles
solares no se hubieran desarrollado jamás si no fuese porque emplean
el llamado efecto fotoeléctrico, cuya cabal comprensión se logró
nuevamente gracias a otros estudios pioneros de Einstein, en este
caso, realizados hace justo cien años [ver Efecto fotoeléctrico:
¿Qué es?]. Y la lista puede seguir... Woody Allen quizá no leyó
lo suficiente sobre Einstein, pues de haberlo hecho, hubiera
descubierto otros estudios del célebre científico que le aclararían
varias cosas más. Pues en otro de sus trabajos de 1905, Einstein
explica el extraño movimiento errático de objetos (muy pequeños) que
se mueven en zig-zag, hacia adelante y hacia atrás, constantemente y
sin una causa bien definida. Hoy bien conocido como el movimiento
browniano, este andar zigzagueante e impredecible muy bien puede
explicar el desplazamiento característico de aquellos que se pasan
de copas los jueves a la noche... y que al despertar ven una
habitación en expansión [ver El caos, Einstein, el orden].
1905: el año de los milagros
Este año el 2005 es celebrado mundialmente como el
Año de la Física y conmemora los primeros cien años de una serie
singular de trabajos científicos surgidos del genio de Einstein.
Luego de cumplir los 26 años de edad, entre los meses de marzo y
septiembre Einstein envió a publicar cinco trabajos (uno de ellos,
con el material de su tesis doctoral) que sacudieron los cimientos
de la física y abrieron nuevas líneas de investigación con un gran e
insospechado futuro. Los temas de estos trabajos explicaban
observaciones pioneras en la naciente teoría cuántica justamente,
el efecto fotoeléctrico; permitían explicar el comportamiento de
las ondas electromagnéticas en diferentes sistemas de referencia
postulando la invariancia fundamental de la velocidad de la luz y,
a partir de allí, deduciendo la relatividad de distancias y tiempos
para diferentes observadores; mostraban que, como consecuencia de
los postulados de la relatividad, la masa resultaba ser una forma
de energía convertible en otras formas diferentes la famosa
relación E=mc2 y, finalmente, explicaban el movimiento errático de
pequeñas partículas de polen inmersas en un líquido el movimiento
browniano, que permitiría poner en evidencia firme la existencia
de los átomos como constituyentes básicos de la materia. Todo eso
en sólo algunos meses del año 1905, donde debemos además incluir
unas cortas vacaciones en Serbia en casa de sus suegros (su esposa
Mileva Maric, que venía de una familia Serbia, se había trasladado a
Suiza donde conoció a Albert), el estrés de presentar su trabajo de
tesis doctoral y, por supuesto, el tiempo que le llevaba trabajar en
la Oficina de Patentes de Berna, su verdadera fuente de ingresos
para mantener una familia de tres (la pareja ya tenía un hijo, Hans
Albert, de un año de edad). Años fabulosos como el de 1905 no se
han producido muchas veces en la historia. En los anales de la
física sólo hay unos pocos ejemplos. El período 1665-1666 es quizás
el que más rápido acude a la memoria, y sucedió cuando el joven
Isaac Newton debió abandonar Cambridge y refugiarse en la
tranquilidad de Woolsthorpe Manor, en Lincolnshire, para escapar de
la peste que asolaba las grandes ciudades de Inglaterra. Fue allí,
en la soledad total de la granja donde había nacido en la Navidad de
1642, que Newton realizó avances revolucionarios en matemática,
óptica, física y astronomía. Con menos de 25 años de edad, Newton
desarrolló el cálculo diferencial e integral (que llamó método de
fluxiones), hizo descubrimientos pioneros sobre la luz y el color,
y concibió el camino intelectual que años más tarde cristalizaría en
su novedosa ley de la gravitación universal, finalmente aparecida en
sus Principia de 1687. En sus propias palabras: Todo esto sucedió
en los dos años de la peste 1665-6. Ya que en esos días me
encontraba yo en la flor de la edad para la invención y me interesé
en matemáticas y en filosofía [ciencias naturales] más que en todo
otro momento posterior. Algo similar a esto afirmaría Einstein
muchos años después con relación al año 1905.
Relatividad y gran unificación
Quienes lo han escuchado tocar jazz en algún pub de
Nueva York, afirman que el clarinete de Woody Allen no suena tan
mal. El padre de la relatividad, por supuesto, no se quedaba atrás.
Sabemos que Einstein tenía varios hobbies: tocar el violín cuando
era joven sobre todo las sonatas de Mozart y, ya entrado en años,
navegar en total soledad en un pequeño bote a vela. También sabemos
que, luego de los papers fundacionales del famoso año 1905,
siguieron otros trabajos que llevaron al láser y, en 1915, a la
relatividad general. Esta última fue la teoría que desplazaría
definitivamente a la gravitación universal de Newton, luego de más
de 220 años de reinado absoluto, y que daría origen como ya
mencionamos a la posibilidad de un universo en expansión. Pero
eso no es todo: las teorías de la relatividad (la de 1905 y la de
1915) no son sólo importantes para el estudio del cosmos y de los
objetos astrofísicos más densos; aunque nosotros mismos nunca
lleguemos a desplazarnos a velocidades próximas a la de la luz ni
nos acerquemos jamás a un agujero negro, estas teorías son desde
hace unos cuantos años también relevantes en nuestra vida diaria
[ver ¿Es importante la Relatividad en la vida
cotidiana?]. Entre 1916 y 1925 (año en que visita la Argentina),
Einstein siguió haciendo contribuciones notables a la ciencia,
especialmente en lo que hace a la teoría cuántica, pero lentamente
se fue desilusionando con esta teoría, sobre todo debido al papel
preponderante que adquieren las probabilidades frente a las
explicaciones causales en la descripción del mundo subatómico. De
ahí su famosa frase: Dios no juega a los dados. Por el resto de
sus días, y hasta su muerte en 1955, Einstein se concentró en la
búsqueda de una teoría unificada de la física. Una teoría de la
que pudieran deducirse la gravitación y el electromagnetismo, así
como también la existencia de partículas elementales y las
constantes de la naturaleza, como la carga del electrón y el valor
de la velocidad de la luz. Lamentablemente, su búsqueda de la
gran unificación no lo llevó a buen puerto. Aparte, había cosas que
Einstein no podía conocer en la época, y que no se comprenderían
bien sino años después de su muerte, como por ejemplo el accionar de
las fuerzas nucleares débil y fuerte. Esto llevó a uno de sus
biógrafos, Albrecht Fölsing, a afirmar en 1993 lo siguiente:
Incluso los más fervientes admiradores de Einstein estarán de
acuerdo en que el progreso de la física no habría sufrido demasiado
si este científico el más grande de todos hubiera pasado los
últimos 30 años de su vida navegando. Estamos seguros hoy de que
esta crítica no está bien fundada, no sólo porque su búsqueda de la
gran unificación marcó el rumbo que hoy persiguen la mayoría de los
físicos teóricos, sino también por el simple hecho de que el famoso
paper EPR de 1935 (la famosa paradoja de Einstein-Podolsky-Rosen y
su crítica constructiva a los fundamentos de la mecánica cuántica)
nunca hubiese sido escrito
de haberse pasado Albert todo su tiempo
en el bote. Woody Allen comentó que en una ocasión quiso
aprovechar la curvatura del espacio para dejarse caer sobre una
secretaria (según él mismo, formada más por ondas que por
partículas) que desconocía las teorías de Einstein (o que conocía
muy bien la existencia de las otras fuerzas no gravitacionales). El
resultado fue un ojo morado del tamaño de una supernova: Imagino
que la física puede explicarlo todo, salvo a las mujeres afirmó
nuevamente Woody,
le dije a mi esposa que el moretón se debió a
que en realidad el universo se estaba contrayendo no expandiendo y
que, simplemente, en ese momento yo no estaba prestando atención.
Referencias
Strung out, por Woody Allen, The New Yorker,
28 de julio, 2003, p. 96. Para saber más sobre la paradoja EPR,
véase la contribución de J. P. Paz a las conferencias del ciclo El
Universo de Einstein - sitio web: www.universoeinstein.com.ar (de
próxima aparición). El espacio-tiempo de Einstein, Rafael
Ferraro, Ediciones Cooperativas, Buenos Aires, 2005. El Big
Bang, la génesis de nuestra cosmología actual, Alejandro Gangui,
Editorial Eudeba, Buenos Aires, 2005. Acerca de un punto de
vista heurístico referido a la generación y transmutación de la
luz, Albert Einstein, Annalen der Physik 17, 132-148 (1905)
[disponible en el sitio web arriba mencionado]. El demonio de
Maxwell, en El breviario del señor Tompkins: en el país de las
maravillas la investigación del átomo, George Gamow, Fondo de
Cultura Económica, 1985.
Efecto fotoeléctrico. ¿Qué es?
El efecto fotoeléctrico se usa continuamente en los
paneles solares que dan energía eléctrica a los satélites, para
abrir puertas automáticas o para regular los diafragmas
fotográficos, por ejemplo. Pero si la maestra me pregunta, yo
contesto: Es un
es un efecto
relacionado con
mmhh
, donde
participan
mmhh
la luz (de foto
fotografía) y
mmhh
algo
eléctrico
mmhh
la electricidad
, digo: ¡los
electrones!. Bueno, para empezar digamos que no está nada mal.
Por un lado tenemos la luz (visible o no) y por el otro, los
electrones. Por ejemplo, podemos iluminar los electrones ubicados en
una región determinada, como los que están en una plancha de metal.
Pero ¿qué es efecto?... El diccionario me comenta que es
algo así como un fenómeno, revelado por una experiencia ingeniosa,
cuidadosa o compleja, cuya explicación exige un considerable
esfuerzo teórico
Digamos que esa experiencia ingeniosa les
cayó en las manos de pura suerte a unos físicos que, por 1890,
estaban ocupados haciendo cosas parecidas. Allí descubrieron que al
iluminar una plancha con cierta luz, se desprendían electrones.
Estos físicos experimentales (los iluminadores de planchas
metálicas), después de muchos intentos y mediciones precisas
pudieron responder las siguientes inquietudes: ¿Qué pasa al iluminar
la plancha con luz más intensa? ¿Qué hacer para que se desprendan
más electrones? ¿Con cualquier tipo de luz se desprenden los
electrones? Convengamos en que si bien nosotros podemos encender
la luz en un cuarto, no esperemos ver a los electrones salir
simpáticamente del picaporte metálico de la puerta. De hecho estas
cosas nos pasan desapercibidas, y les han pasado desapercibidas
hasta a los más cuidadosos observadores por milenios. Ahora
bien, un físico teórico del 1900 respondería esas preguntas tal vez
del siguiente modo: Si bien no conozco los resultados que
obtuvieron los físicos experimentales, me adhiero a un marco teórico
(el que está de moda) que podría predecir qué es lo que pasaría. Por
un lado tengo a los electrones que considero que son partículas, ya
que se pueden identificar con su masa, su carga eléctrica y su
ubicación. Por otro lado, considero que la luz, desde que se
enciende la lámpara hasta que llega a la plancha metálica, se puede
interpretar como una onda, como las que aparecen en un lago sereno
luego de haber arrojado una piedra. Es decir, identifico aquellas
magnitudes evidentes de la luz como son su color e intensidad, con
las variables de una onda: la intensidad de la luz la represento con
la amplitud (cuán alto es el bucle de la onda) y el color lo
relaciono con la frecuencia (la cantidad de bucles que pasan por
segundo). Para que de la plancha se desprendan electrones más
veloces, debería exponerla a una luz más intensa
¿no?... ya que es
más enérgica. El color, por el contrario, no influiría para nada
(no importaría si se tratase de luz visible, infrarroja o
ultravioleta). Sin embargo, esta teoría, que tal vez convenza
a nuestro parecer, no encajaba con los resultados de los
iluminadores de planchas. No encajaba para nada, y eso era
detestable, pues aquel marco teórico sí servía para los demás
experimentos realizados con la luz. O arrojaban a la basura dichos
descubrimientos, o se les venía todo abajo. Se necesitaba pues una
nueva idea, que quizás exigiese un considerable esfuerzo, o por lo
menos alguna explicación ingenua a la que no le importase mucho
romper aquel prestigioso marco teórico. Así fue que Albert
Einstein publicó tímidamente en 1905 un artículo transgresor para la
época, al cual pocas personas prestaron atención, en el que daba una
explicación sencilla del efecto fotoeléctrico. Con su famosa
ecuación: Energía es proporcional a la frecuencia, o más
rigurosamente y usando la notación actual: E=h.f (donde h es la
constante de proporcionalidad), Einstein logró interpretar la luz
como un chorro de energía cuantificable y localizada, como si se
tratara de partículas (canicas) hechas de energía cuantos o
fotones. Su valor, el contenido energético de cada canica,
vendría entonces determinado por la frecuencia (el color) y no por
la intensidad, como se creía. Al iluminar la plancha metálica se
produciría un choque entre la canica luz y la canica electrón
(ya que Einstein consensuó un poco con los físicos de aquel
entonces, considerando al electrón como una partícula). Una canica
luz le transferiría toda su energía a una sola canica electrón.
Ésta, a su vez, sacrificaría parte de esta energía para poder
desprenderse de la plancha y, lo que le sobra, lo emplearía para
moverse fuera de ella. Y como la ecuación señalada lo determina, una
canica roja (de pequeña frecuencia) le entregaría al electrón menos
energía que una canica rayos X (de mayor frecuencia). Pero este
marco teórico se escondió entre los papeles... Pasaron unos diez
años y la predicción de Einstein fue puesta a prueba
experimentalmente por Robert Millikan, quien con nuevas y precisas
mediciones pudo obtener el siguiente gráfico (ver en esta
página). ¿Y adivinen qué? ¡Concuerda con las formulaciones hechas
por Einstein! Esto lo hizo merecedor del Premio Nobel. Gracias a
esta teoría se pudieron construir tecnologías como las mencionadas
al principio de este apartado. Ahora la cantidad de electrones
desprendidos se explica por la intensidad de la luz: mayor
intensidad de luz = mayor cantidad de canicas de luz que chocan con
los electrones = mayor cantidad de electrones que se desprenden. En
el caso de las puertas automáticas del ascensor, al obstruir con el
pie el camino que recorrería la luz, desde una lamparita a un
receptor (símil a una plancha metálica), este último recibe
entonces una intensidad de luz nula, por lo que no se activa la
circulación de electrones en el circuito, y la puerta queda abierta.
Pero entonces, ¿qué es la luz?, ¿onda o partícula? Para
simplificar digamos que lo que para la época fue un dolor de cabeza,
ya que regía el principio de o lo uno o lo otro, posteriormente se
convirtió en una de las más importantes contribuciones a la física
cuántica: tanto lo uno como lo otro (dualidad onda-partícula).
Así los físicos cuánticos dejaron de utilizar modelos clásicos
de partícula y de onda y se inmiscuyeron con nuevos modelos mentales
en un mundo microscópico donde rigen otros principios que
contradicen nuestro sentido común.
El caos, Einstein, el orden
Hace poco leí un cuento en donde al personaje le
sucedían cosas muy extrañas. Una noche muy fría de invierno, el Sr.
Tompkins se encontraba disfrutando de un exquisito whisky en el
living de su casa. De repente, comenzó a sentir que las paredes de
la habitación se alejaban, agrandándose el ambiente indefinidamente
mientras él mismo comenzaba a flotar en el aire. ¡Tanto se
agrandaron los objetos que en un momento se sintió flotando dentro
de su, ahora gigantesco, vaso de whisky! Decidido a inspeccionar a
su alrededor, empezó a nadar por la bebida. Allí se encontró con un
espacio surcado por muchísimas pelotitas semitransparentes que
parecían tener una complicada estructura interna y que, finalmente,
pudo reconocer como moléculas de agua y alcohol. Además, observó
otras estructuras mucho más grandes que se movían sin cesar y en
todas direcciones, debido a los innumerables golpes que recibían por
parte de las moléculas de agua. Estas moléculas, que describían un
movimiento zigzagueante, eran de cebada, sustancia que le da ese
sabor y color tan característico a la bebida. Esta sensación tan
extraña para el personaje quién sabe si producida por los efectos
del whisky le permitió observar de cerca la manifestación del
movimiento browniano que presentaban las moléculas de cebada. Éste
es el movimiento que nos interesa explicar aquí. Allá por el año
1828, a Robert Brown, un botánico muy reconocido de la época, le
llamó muchísimo la atención el comportamiento que tenían ciertos
granos de polen que se encontraban en un pequeño volumen de agua.
Brown observó en su microscopio que no sólo estos granos se movían
de manera caótica e impredecible (como la cebada en el vaso del Sr.
Tompkins) sino que, además, lo hacían de manera continua, es decir,
que no dejaban de moverse nunca. Entonces
¿Cómo es posible que
estas partículas se muevan sin parar, de aquí para allá? se
preguntó Brown, ¿qué es lo que provoca que los granos de polen se
muevan? Varias fueron las hipótesis formuladas, no sólo por
Brown, para darle una explicación a este fenómeno: ¿será que el
polen tiene vida?, ¿será debido a una fuerza externa que impulsa el
movimiento?, ¿será producido por la luz?, ¿será quizá debido a las
fuerzas de capilaridad?... O ¿por qué no pensar que se deba a
diferencias de temperatura existentes entre dos regiones del
líquido
? En fin, muchísimas interpretaciones surgieron en momentos
de Brown y posteriores a su trabajo, pero ninguno de los interesados
en el tema logró, de manera satisfactoria, comprobar alguna de las
hipótesis planteadas. Paralelamente, entre 1850 y 1875, los
científicos Maxwell, Clausius y Boltzmann desarrollaron las bases de
la moderna teoría cinética de la materia en la cual se postulaba que
las sustancias estaban conformadas por átomos. Este aporte, tan
aceptado en nuestro siglo, no lo era en aquel entonces, ya que
existían dos bandos claramente diferenciados: los que abogaban por
una visión atomista de la materia y los que no. Después de todo,
cuando al físico y filósofo Ernst Mach se le preguntó si creía en
los átomos, él respondió: ¿Ha usted visto jamás alguno?. Ahora
bien, en el nivel macroscópico ya estaban sentadas las bases de la
Termodinámica con sus dos leyes fundamentales que, como muchos de
ustedes sabrán, pudieron ser deducidas y aplicadas sin necesidad de
definir cómo estaba constituida la materia. De esta manera,
llegamos al siglo XX con un panorama un tanto confuso y lleno de
controversias. Pero entonces, ¿por qué se mueven sin parar los
granos de polen? Afortunadamente el misterio llegó a su fin en 1905,
gracias a los aportes de Albert Einstein. En ese año, Einstein
publicó un artículo titulado Acerca del movimiento, requerido por
la teoría cinética molecular del calor, de pequeñas partículas
suspendidas en un líquido estacionario, en el que muestra sus
estudios sobre el movimiento browniano. En dicho artículo explica el
fenómeno haciendo uso de la mecánica estadística, estudiando el
desplazamiento promedio de las partículas suspendidas. Einstein
explicó que el movimiento browniano es el movimiento desordenado de
las partículas en suspensión, que son golpeadas constantemente por
las moléculas de agua. Este billar microscópico desplaza a las
partículas en una dirección y otra, dándoles una trayectoria
característica en zig-zag (Figura 1). Si bien las moléculas de agua
son suficientemente pequeñas en comparación con las partículas en
suspensión, son capaces de perturbar a un cuerpo de tamaño
bacteriano (de hecho, muchas bacterias y otros microorganismos son
afectados por este fenómeno). Cuanto más liviana es la partícula,
más sensible se hace su movimiento al chocar con las moléculas del
fluido y, en consecuencia, más irregular e impredecible es su
trayectoria. Einstein adoptó una visión claramente atomista al
considerar al líquido no como una distribución continua de masa,
sino como una acumulación discreta de moléculas. Como mencionamos
muy superficialmente más arriba, los átomos y las moléculas habían
formado parte del pensamiento de los químicos (y de los físicos y
filósofos) durante siglos a pesar de que no se tenían evidencias
claras de su existencia. Tan sólo eran utilizados de manera
conveniente para realizar ciertas estimaciones o, sencillamente,
eran considerados poco relevantes y hasta inexistentes. Gracias a la
publicación de Einstein de la teoría molecular de los líquidos que
subyace al movimiento browniano, se ofreció la oportunidad de
realizar una medición directa de las propiedades atómicas. Entre
los años 1908 y 1911, el equipo del físico francés Jean Perrin no
sólo logró comprobar experimentalmente las predicciones de Einstein,
sino que pudo estimar, además, el tamaño de las moléculas de agua.
Evidentemente, la controversia atomismo-antiatomismo quedaba saldada
y, por primera vez, el átomo era reconocido como un modelo eficaz
para describir la realidad. El legado científico de Einstein
referido al movimiento browniano se deja sentir hoy día fuertemente
(no por nada, éste fue su trabajo más citado del año 1905, muy por
encima del de la relatividad o del efecto fotoeléctrico). Desde la
comprobación experimental realizada por Perrin, el movimiento
browniano ha permitido que los físicos ataquen problemas muy
variados y ha sido aplicado en campos muy diversos, desde el
funcionamiento de una célula hasta las fluctuaciones de la bolsa de
comercio. Por ejemplo, se han construido modelos matemáticos que
describen el transporte de proteínas en la célula, utilizando una
especie de minúsculos motores moleculares. Por otro lado, los
llamados trinquetes brownianos utilizan las vibraciones producidas
por los choques que reciben las partículas brownianas para convertir
el desplazamiento aleatorio e impredecible en movimiento controlado.
Estos dispositivos son utilizados, entre otras cosas, para separar
fragmentos de ADN en un tiempo notablemente menor en comparación con
los métodos empleados habitualmente.
¿Es importante la Relatividad en la vida
cotidiana?
¿Cree usted, profesor, que en el porvenir, su
teoría ha de producir efectos prácticos? volví a preguntar. No
lo creo me respondió el profesor, mi teoría de la relatividad es
tan abstracta, en sí, que no puede, bajo ninguna forma,
materializarse. Fragmento de la entrevista de A. Fernández
Arias para la revista Caras y Caretas (abril, 1925).
Usted se preguntará, amigo lector: ¿ha cambiado
acaso la vida social después de las formulaciones tan aparentemente
abstrusas de la relatividad? ¿Tiene influencia esta teoría en las
vicisitudes de nuestro planeta o está reservada tan sólo a lejanos
quásares y misteriosos agujeros negros? Pues la respuesta es que
sí la tiene, y mucha. Vale decir que sin el aporte de Einstein y de
sus seguidores muchas cosas serían diferentes. Un buen ejemplo es el
célebre Sistema de Posicionamiento Global, más conocido como GPS.
Nacido en 1973 en los Estados Unidos de Norteamérica y gestionado
por el Departamento de Defensa con un claro objetivo militar (¿algo
que ver con la Guerra Fría?), el GPS fue abierto para usos civiles
en 1980. Hoy es usado para localizar posiciones con extrema
precisión. El dispositivo está basado en una constelación de 24
satélites orbitando la Tierra de forma tal que desde cualquier punto
estén siempre a la vista al menos cuatro de ellos. Cada satélite da
dos vueltas diarias al planeta moviéndose a unos 14.000 km/h y a una
altitud de 20.000 km. Como si se tratara de faros estelares, cada
satélite emite una señal de cronometraje hacia los receptores en
tierra con la cual envía codificado el tiempo exacto en que ésta fue
emitida, información proporcionada por un reloj atómico muy preciso
que viaja dentro del satélite. Con este dato, el aparato receptor
calcula el intervalo de tiempo Dt que dicha señal estuvo viajando y
de este modo (multiplicando sencillamente ese Dt por la velocidad a
la que viajó la señal, es decir, la de la luz c: 300.000 km/seg
aproximadamente) obtiene la distancia que lo separa del satélite.
Luego, con los datos de otros tres satélites puede calcular, por
triangulación, su propia posición tridimensional (altitud, latitud y
longitud). Lo importante del caso es que para que esa distancia
calculada a partir de la señal sea lo más precisa posible, los
relojes de los satélites y los de la Tierra deben estar
perfectamente sincronizados. Esto bien podría ser en principio una
cuestión de exactitud instrumental, pero he aquí que con una buena
maquinaria y una organizada logística no es suficiente. Sin el
conocimiento de los resultados de la Teoría de la Relatividad este
sistema no funcionaría correctamente. Veamos por qué. Por un
lado, la magnitud de la velocidad relativa entre los satélites y las
posiciones terrestres determina un corrimiento temporal de acuerdo
con lo que establece la teoría de la relatividad especial. O sea:
vistos desde aquí abajo, los relojes satelitales atrasan. Este
aplazamiento se conoce como efecto de dilatación temporal. Empleando
el valor de la velocidad entre los dos sistemas, se calcula un
corrimiento en la sincronización de los relojes de aproximadamente 7
microsegundos (7 millonésimas partes de un segundo) al cabo de un
día. Por otro lado, dada la altura a la que orbitan los
satélites, la magnitud del campo gravitatorio que soportan es unas
cuatro veces menor que sobre la superficie terrestre. Esto, de
acuerdo con la relatividad general, implica que la curvatura del
espaciotiempo es diferente en ambos puntos y por ello la marcha de
los relojes, según las predicciones de la teoría, se altera. O sea:
vistos desde aquí abajo, los relojes satelitales adelantan. Los
cálculos indican que la diferencia resulta ser de aproximadamente 45
microsegundos por día. Entonces, correcciones relativistas
debidas a las altas velocidades y la modificación de la geometría
del espaciotiempo debida a la presencia de la Tierra predicen una
diferencia entre los relojes de los satélites y los terrestres de
unos 38 microsegundos por día. El lector dirá, con todo derecho,
en qué me afecta tal desajuste, si 38 microsegundos no alcanzan ni
para peinarse. Eso es cierto: un intervalo tan pequeño resulta muy
poco familiar. Sin embargo, este desarreglo afecta considerablemente
la precisión del sistema GPS, pues si bien es un ínterin muy pequeño
en los tiempos de nuestras vidas, es cuantiosamente grande para las
travesías de la luz. En ese lapso la señal recorre una distancia de
¡11,4 kilómetros! (multiplique c.Dt y sorpréndase usted mismo). Vale
decir que en un minuto (si no se tuvieran en cuenta las predicciones
de la relatividad) la falla sería de más de 26 nanosegundos, el
tiempo que tarda la luz en recorrer cerca de 8
metros. Conclusión: si nos interesa conocer la posición de un
objeto con un error de menos de 10 metros, debemos agradecer
continua y repetidamente, una vez por minuto, los aportes del
querido Einstein.
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La revolución rusa de 1905 |
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El
año en que nacieron los soviets
En enero de 1905, se desató en Rusia un proceso
revolucionario que se inició a partir del Domingo Sangriento, cuando
fuerzas represivas dispararon sobre una manifestación obrera
pacífica que arrojó como resultado más de doscientos muertos. La
miseria y el autoritarismo se tradujeron durante este largo proceso
en el pedido de libertades civiles, jornada de ocho horas, y el
establecimiento de una república democrática. Si bien aquella
revolución no tuvo éxito, subsistieron los soviets, los consejos de
obreros fabriles destinados a canalizar las inquietudes de las bases
y que se transformarían en el paradigma fundamental de la lucha
revolucionaria, no sólo en Rusia sino en buena parte del mundo.
EZEQUIEL ADAMOVSKY Doctor en Historia
por la Universidad de Londres. Docente a cargo de la cátedra de
Historia de Rusia (FFyL/UBA). Investigador del CONICET.
Hace cien años sucedía en Rusia una de las
revoluciones más importantes del siglo XX. Al descontento habitual
por la miseria y la falta de libertad se había sumado en 1904 el
malhumor por las derrotas en la Guerra Ruso-Japonesa. Durante la
segunda mitad de ese año, el malestar social se manifestó de
diversas maneras: desde moderadas peticiones de la nobleza
progresista, hasta una ola de huelgas y ataques contra funcionarios
del gobierno. El proceso revolucionario se desató luego del Domingo
Sangriento de enero de 1905, cuando las fuerzas represivas
dispararon sobre una manifestación obrera pacífica liderada por el
cura Gapón. Cerca de doscientos manifestantes cayeron muertos. La
indignación por la matanza alimentó todavía más la agitación; el
régimen respondió con algunas concesiones menores, ofreciéndose a
recibir peticiones y prometiendo el llamado a elecciones para formar
alguna clase de poder legislativo, hasta entonces inexistente en
Rusia. Esta actitud sólo ayudó a expandir los disturbios ahora
también al campo y a nuevos sectores de las clases letradas
progresistas, que se animaron a involucrarse en el proceso. En
junio, una nueva ola de huelgas y el famoso motín del acorazado
Potemkin profundizaron el proceso revolucionario. La derrota en la
Guerra Ruso-Japonesa y la humillante paz firmada en agosto
terminaron de caldear los ánimos. Siempre por detrás de los
acontecimientos, el gobierno respondió con más promesas que, sin
embargo, estaban lejos de satisfacer las demandas. Así, anunciaron
que se elegirían representantes para la formación del parlamento o
Duma a través de un mecanismo indirecto que aseguraba el predominio
de los sectores conservadores. Pero la demanda popular era que el
voto fuera universal, secreto, directo e igual para todos. En
reclamo de elecciones democráticas para una asamblea constituyente,
se profundizó la agitación obrera en septiembre, hasta llegar a una
gran huelga general en octubre, acompañada de barricadas en los
barrios populares de San Petersburgo. La producción, el transporte,
las comunicaciones: todo estaba paralizado. Para entonces, los
obreros se habían organizado en consejos o soviets. Durante el
proceso revolucionario, las demandas obreras se habían ido
radicalizando: ya no sólo pedían libertades civiles y la jornada de
ocho horas, sino que reclamaban también el establecimiento de una
república democrática, una amplia amnistía, y la inmediata entrega
de las armas de policías y militares a los trabajadores. El
gobierno lanzó entonces su Manifiesto de Octubre, que prometía una
monarquía constitucional en la que la Duma, ahora democráticamente
elegida, tendría poder real. El Manifiesto conformó a los liberales
moderados, quienes pasaron a apoyar al gobierno. Aprovechando el
debilitamiento de la oposición y la fatiga de los huelguistas, el
gobierno avanzó poco después con medidas represivas. Los disturbios
continuaron todavía por varios meses: hasta junio de 1906 los
campesinos continuaron atacando a los terratenientes y apropiándose
de sus tierras. Sin embargo, el ciclo de la Revolución ya había
iniciado su fase descendente. Pronto el gobierno disolvería las dos
primeras Dumas hasta lograr asegurarse en 1907, mediante la
manipulación de las leyes electorales, una mayoría conservadora.
Concluida la revolución, poco parecía haber quedado de los días
extraordinarios de 1905. Y, sin embargo, algo había quedado: los
soviets. Mejor dicho, lo que sobrevivió no fueron los soviets
suprimidos inmediatamente por las autoridades sino su recuerdo y
su fantasma. Luego de 1905, la organización en soviets se
transformaría en el paradigma fundamental de la lucha
revolucionaria, no sólo en Rusia sino en buena parte del mundo.
El nacimiento de los soviets
Surgidos durante la revolución de 1905, los soviets
fueron una creación genuina de los obreros en lucha. Cierto, en la
mayoría de los procesos revolucionarios anteriores habían existido
consejos democráticos de representantes de las masas: los hubo
durante la primera Revolución inglesa, en las Revoluciones francesas
de 1789 y de 1848, y también en la Comuna de París. Sin embargo, no
existía en la Rusia de principios del siglo XX ninguna tradición que
apuntara a una forma política tal. Existían sí sólidas costumbres de
organización y deliberación colectivas, por ejemplo en las comunas
campesinas. Pero ninguna de ellas puede tomarse como antecedente
directo de los soviets. Curiosamente, fueron algunas de las
medidas estatales las que facilitaron la aparición de los soviets.
Hacia principios de siglo, y para refrenar las tendencias radicales,
el jefe de policía de Moscú, Sergei Zubátov, había diseñado una
estrategia consistente en separar las demandas puramente económicas
de los trabajadores (consideradas aceptables) de aquellas otras
que pudieran tener componentes políticos. Siguiendo sus
indicaciones, se crearon organizaciones obreras legales, controladas
por la policía, y se animó a los obreros a canalizar sus reclamos a
través de ellas. Esta estrategia paternalista tuvo un fin abrupto en
1903, cuando las propias organizaciones que él había creado
comenzaron a organizar huelgas. Lo importante es que, como parte de
su diseño, Zubátov había permitido a los trabajadores de Moscú
reunirse y elegir representantes, los que luego se agrupaban en un
soviet (literalmente consejo) de obreros fabriles, destinado a
canalizar las inquietudes de las bases. Junto con la caída en
desgracia del jefe policial, este soviet fue disuelto. Algunos de
sus miembros, sin embargo, tendrían un importante papel en la
organización de las luchas sindicales durante 1905. Los soviets
tal como los conocemos surgieron espontáneamente entre los obreros
en huelga durante 1905, inicialmente no como órganos políticos sino
de coordinación de la lucha gremial. En general, nacieron bajo la
forma de comisiones obreras por fábricas, encargadas de dirigir la
huelga y representar a los huelguistas en las negociaciones con la
patronal, en un contexto en el que los sindicatos o los partidos
tenían escasa presencia. De hecho, algunas de estas comisiones
evolucionaron transformándose en sindicatos a la manera usual.
Otras, sin embargo, tomaron un camino de evolución diferente. Ante
la necesidad de coordinar las huelgas más allá del ámbito de cada
fábrica, surgió la iniciativa de reunir representantes de todo el
movimiento huelguístico de una región, formando así una especie de
comité de huelga interfabril. Como parte de la dinámica abierta por
la revolución, algunos de estos comités de huelga/soviets
evolucionarían hasta convertirse en órganos políticos de dirección
revolucionaria; sin embargo, no debe perderse de vista que no fueron
creados inicialmente con ese fin como sostiene alguna
historiografía partidista, sino con el de coordinar la luchas por
las demandas económicas que inicialmente planteaba la clase obrera.
El primer soviet de 1905 surgió en la zona textil de
Ivanovo-Voznesensk (Moscú), a partir de una junta de representantes
de los huelguistas que se encargó de establecer una lista de
reivindicaciones económicas. Acompañados de una enorme movilización,
entregaron esta petición a las autoridades, las que se
comprometieron a permitir la elección de representantes por fábrica.
Las elecciones se celebraron, y los 110 delegados electos se
reunieron por primera vez el 15 de mayo en el Soviet de delegados
de Ivanovo-Voznesensk. El soviet se dio como misión dirigir la
huelga y negociar con la patronal. Pero las soluciones requeridas
para el conflicto no aparecían, y comenzaron a aparecer en el soviet
las primeras reivindicaciones propiamente políticas (por ejemplo, la
convocatoria a una asamblea constituyente). Lejos estaba el soviet
de proponerse la toma del poder, y de hecho terminó disolviéndose
desbordado por las presiones de las bases. El ejemplo de Moscú, sin
embargo, pronto fue seguido por otras ciudades hasta que, en el pico
de la huelga general de octubre, se creó el que sería el verdadero
órgano dirigente de la Revolución: el Soviet de diputados obreros
de San Petersburgo. Aunque para entonces ya había militantes
agitando por la formación de un cuerpo revolucionario que tuviera
funciones políticas, el soviet de San Petersburgo surgió también con
modestas aspiraciones de coordinar la huelga y las negociaciones. En
noviembre, poco antes de ser disuelto, llegó a contar con 562
delegados de varias decenas de fábricas, y representantes de 16
sindicatos. Se autorizó en la tercera reunión, con cierta renuencia
de los delegados obreros, la participación de los tres partidos
socialistas, con sólo tres representantes cada uno. El soviet eligió
un presidente y un comité ejecutivo provisional formado por 22
miembros (dos por barrio, y dos de cada uno de los cuatro sindicatos
más importantes). Como parte del proceso revolucionario, y sin
proponérselo, el soviet fue sobrepasando las meras funciones de un
comité de huelga, hasta transformarse en un órgano propiamente
político, un verdadero parlamento obrero con tendencia a ocuparse
cada vez de más problemas y asuntos. En algunos aspectos, mostró
incluso la disposición a transformarse en un órgano de doble poder
al reclamar para sí funciones que eran propias del Estado. Este
aspecto permaneció sin embargo incipiente. El modelo de la capital
se contagió a muchas otras ciudades, y también los campesinos y
soldados comenzaron a formar sus propios soviets. En total llegó a
haber más de 50, algunos de los cuales llegaron a convertirse en
órganos de preparación y dirección de la insurrección armada. El
propio soviet de San Petersburgo se dedicaba intensamente a preparar
tal insurrección cuando el gobierno arrestó a sus miembros el 3 de
diciembre. El centro de la revolución pasó entonces a Moscú, cuyo
soviet efectivamente inició el levantamiento armado, reprimido tras
algunos días de combates. Confirmando lo insinuado ya por el soviet
capitalino, el soviet central de Moscú y los de cada barrio
asumieron durante el levantamiento, sin proponérselo, algunas
funciones de gobierno (por ejemplo, la provisión de agua y
alimentos, o la regulación de los alquileres para obreros).
La larga vida de un espectro
Aunque tras 1905 se suprimieron todos los soviets,
éstos reaparecieron en varias oportunidades y mantienen aún una
existencia espectral. Subsistieron en un tiempo paralelo y diferente
al t iempo lineal del poder: el tiempo habitado por la potencia y el
acontecimiento, el tiempo vital de la creación humana, el tiempo que
sólo vemos cuando el tiempo lineal del poder se agrieta y colapsa
todo lo instituido. Así, en 1917, abierto el segundo proceso
revolucionario en Rusia, resurgieron como hongos por todo el país,
con una velocidad y un vigor tales que parecía que siempre hubieran
estado allí. De hecho, los soviets fueron los órganos fundamentales
de la revolución y asumieron rápidamente las funciones de doble
poder que sus predecesores de 1905 tímidamente expresaran. Su
vitalidad en Rusia quedaría seriamente comprometida, sin embargo,
desde la misma Revolución de octubre. El partido bolchevique, que
supo ganarse la simpatía de las masas durante el proceso
revolucionario, vació rápidamente de contenido a los soviets apenas
asumido el poder. Como los comités de fábrica, la autogestión, y
otras instituciones autónomas de las clases subalternas, los soviets
pronto dejaron de ser un ámbito abierto para el encuentro libre
entre iguales, para convertirse en cáscaras vacías de la nueva
organización estatal soviética creada por los bolcheviques. Su
carácter libre y horizontal no era funcional a los proyectos
centralistas y jerárquicos que Lenin, Trotsky y muchos de sus
camaradas tenían para la Revolución. El ejemplo de los soviets, sin
embargo, persistiría en el tiempo. De Rusia, el modelo se contagió
a la Alemania de 1918-19, y más tarde a Hungría y a otros países
europeos. Incluso en Latinoamérica hubo soviets. Y eran soviets
libres lo que reclamaban los insurrectos de Kronstadt en 1921,
antes de ser aniquilados por el gobierno bolchevique. Por su
carácter prefigurativo es decir, que anticipa en sus propias
formas democráticas y horizontales de deliberación el mundo libre e
igualitario que desea construirse, el ejemplo de los soviets
también inspiró a muchos de los teóricos de ideas emancipatorias,
desde Anton Pannekoek en 1910-20 hasta Michael Albert en nuestros
días. Cuando se formaron las asambleas populares en Argentina
tras la rebelión del 19 y 20 de diciembre de 2001, y los
editorialistas del diario La Nación exclamaron aterrados ¡son
soviets!, los obreros de Ivanovo-Voznesensk deben haber sonreído
con orgullo en sus tumbas largamente olvidadas: su creación aún vive
como ejemplo para las luchas emancipatorias, y como fantasma para
sus enemigos.
Para seguir leyendo:
Autores varios: Consejos obreros y democracia
socialista, Córdoba, Cuadernos de Pasado y Presente, nº 33,
1972. Adamovsky, Ezequiel (comp.), Octubre Hoy: Conversaciones
sobre la idea comunista, Buenos Aires, El Cielo por Asalto, 1998.
Albert, Michael, Parecon: Life After Capitalism, Londres,
Verso, 2003 [de próxima aparición en castellano]. Anweiler,
Oskar, Los soviets en Rusia 1905-1921, Madrid, Zero,
1975. Bricianer, Serge, Pannekoek y los consejos obreros, Buenos
Aires, Schapire Ed., 1975. Ferro, Marc, La revolución rusa,
Barcelona, Laia, 1975. Figes, Orlando, La revolución rusa
(1891-1924): La tragedia de un pueblo, Barcelona, Edhasa, 2000.
Shanin, Teodor, Russia, 1905-1907: Revolution as a Moment of Truth,
Yale University Press, 1986. Strada, V., La polémica entre
bolcheviques y mencheviques sobre 1905, en Hobsbawm, E. (ed.):
Historia del marxismo, Barcelona, Bruguera, 1981, pp. 127-202.
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Julio Verne |
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El
viajero imaginario
El 24 de marzo de 1905, a los 77 años, murió
Julio Gabriel Verne; escritor nacido en Nantes, creador de
innumerables obras que serían traducidas a varios idiomas y
conocidas por varias generaciones. Viaje al centro de la Tierra,
De la Tierra a la Luna, Los hijos del capitán Grant y La vuelta
al mundo en ochenta días, entre sus más destacadas creaciones, lo
aventuraron como un excepcional y adelantado viajero de ficción; o
como bien lo define el autor de este artículo, reinventor de los
espacios, aunque paradójicamente, remiso a abandonar la
biblioteca desde donde a través de libros científicos y un globo
terráqueo cimentó la mayor parte de su prolífica carrera.
POR MARTÍN PAZ Lic. en Letras Clásicas,
UBA. Colabora en los suplementos Radar y Radarlibros del diario
Página/12. Actualmente está a cargo del Tesoro de la Biblioteca
Nacional de Maestros.
En su relato El maestro Zacarías, Julio Verne
cuenta la historia de un relojero de Ginebra que, gracias a una
pericia sobrenatural, intenta la construcción de un reloj perfecto.
La invención de una máquina eterna le garantiza al viejo artesano la
inmortalidad y lo equipara a un dios. Ya sabemos que en Occidente,
en donde la desmesura y el pecado de soberbia han ocupado un lugar
central en los sistemas religiosos desde la antigüedad, esos
desafíos a la divinidad no terminan bien. Sin embargo, el castigo
que padeció el viejo Zacarías no acobardó a Verne, de quien bien
podríamos decir que, si no inventó el tiempo, al menos reinventó el
espacio. O mejor, los espacios. Los lugares más remotos del planeta
aparecen recreados en sus trabajos; del mismo modo que la Luna, el
fondo del mar o el centro de la Tierra forman parte de sus
territorios. Bien sabido es que, aunque algunas de sus experiencias
como viajero dieron lugar a narraciones literarias, Verne era remiso
a abandonar la biblioteca. Desde allí, munido de libros científicos,
de geografía y de un globo terráqueo en el que iba tachando los
lugares ya utilizados, elaboró la mayoría de sus ficciones. En este
punto, Verne, como Borges, se inscribe en la tradición de los
escritores que encuentran todos los temas en los estantes, sin
necesidad de cazar búfalos, mezclarse con el hampa o emborracharse
perdidamente para hallar material para sus textos.
Buscando a Verne
Julio Gabriel Verne nació en Nantes el 8 de febrero
de 1828. Fue el primero de cinco hermanos criados en el seno de una
típica familia burguesa de la época. Sus padres fueron Sophie Allote
de la Füye y Pierre Verne, un abogado que esperaba legar su buffet
al primogénito. Infancia y adolescencia las pasó en Nantes y estudió
en el Liceo Real. De este período, Verne recordaba su afición por
las humanidades y un marcado desapego por las disciplinas
científicas. A esta época pertenece la historia, probablemente
apócrifa, sobre su alistamiento como marinero a los doce años. Esta
temprana vocación de viajero habría sido truncada, de una vez y para
siempre, por su padre que lo esperaba en la primera escala del navío
para llevarlo a casa. En 1848, se trasladó a París para estudiar
leyes y de este modo cumplir el destino que su familia le había
asignado. Los diez años siguientes serán sin dudas decisivos para su
vocación y formación de escritor. Aunque terminó la carrera de
abogacía y comenzó a trabajar como corredor de Bolsa, en París entra
en contacto con el ambiente teatral y literario que lo fascina de
inmediato. Por esta época se hace amigo de Alejandro Dumas, quien
montó una obra teatral suya, hoy descatalogada. Pasaba días en la
Biblioteca Nacional leyendo y anotando no sólo textos literarios
sino de todo tipo de materias tales como ciencia, geografía,
historia, política. Al mismo tiempo escribe obras teatrales,
libretos de ópera, breves ensayos críticos, poemas y sus primeros
relatos publicados en la revista Le Musée des Familles. Allí
aparecerán dos cuentos largos, Los primeros navíos de la armada
mexicana (1851) y Un viaje en globo (1852), que anuncian algunos
de los temas incluidos más tarde en su serie más famosa, los Voyages
extraordinaires. En los años siguientes, Verne continúa publicando
esporádicamente y se dedica a estudiar y a consolidar una posición
económica. En 1856, durante un viaje a la ciudad de Amiens,
conoce a Honorine Deviane, una viuda de 26 años que tenía dos hijas
de su primer matrimonio, con quien se casa un año más tarde. Todavía
habrían de pasar algunos años antes de alcanzar el éxito literario.
En 1862, le entrega al editor Jules Hetzel el manuscrito de la
novela de aventuras Cinco semanas en globo que será el primer título
de una lista que superará los cien. Con esa entrega nació una de las
sociedades más prolíficas de la historia de la literatura que
cambiará para siempre a la industria editorial. Las nuevas obras
aparecerán primero en entregas periódicas en la revista del mismo
Hetzel, Le magasin déducation et de récréation. Luego, con el
título de Los viajes extraordinarios a los mundos conocidos y
desconocidos, serán publicadas en formato libro en una edición
barata y por último, en ediciones de lujo encuadernadas en cuero que
incluían grabados de los ilustradores más famosos de la época.
Hetzel era un editor inteligente, puntilloso y poco condescendiente.
Sus intervenciones en los manuscritos, a los que modificaba el
estilo, alteraba argumentos y suprimía personajes, y los contratos
que establecía con sus autores alimentaron el mito de su profesión.
Con Verne realizó un acuerdo por el que el autor se comprometía a
entregar dos novelas anuales por un período de veinte años. A pesar
de la zozobra permanente en la que el cumplimiento de los plazos
sumía al escritor, bajo estas condiciones surgieron los mejores
títulos de su producción: Viaje al centro de la Tierra (1864), De la
Tierra a la Luna (1865), Los hijos del capitán Grant (1867-68) y La
vuelta al mundo en ochenta días (1873), por citar sólo algunos de
los más famosos. Una vez consagrado, Verne adoptará como residencia
la ciudad de su mujer, Amiens, desde donde continuará escribiendo
sin pausa hasta sus últimos días. En 1861, nació Michel, su
único hijo, quien a la muerte del padre se va a encargar de editar y
completar el abundante material inédito. En sus años de escritor
consagrado, Verne sólo abandonará la ciudad para realizar
esporádicos viajes por el Mediterráneo o el Mar del Norte en su
velero. En los últimos años de vida, con la salud desmejorada a
causa de la diabetes sumado a un confuso incidente en el que fue
baleado por su sobrino, aparentemente por negarse a prestarle
dinero, el escritor se recluye en su casa. Los años en que
disfrutaba de un inmenso éxito literario parecen haber quedado
atrás. En medio de la indiferencia pasajera de sus contemporáneos,
el 24 de marzo de 1905 Julio Verne murió a los 77 años en
Amiens.
El futuro llegó
El breve olvido que los lectores dedicaron a Verne
durante sus últimos años de vida, rápidamente, quedó sin efecto: el
siglo veinte le restituyó la fama con creces y sus obras fueron
traducidas y reeditadas infinidad de veces. Esto es porque sus
historias de aventuras y futuros de museo siguieron vigentes como
lecturas de juventud, de generación en generación. Sin embargo, a
pesar del interés atemporal que los libros de Verne continúan
despertando, pocas obras llevan tan claramente marcada la impronta
de su tiempo. Si bien, a partir del siglo dieciséis, las naciones
europeas habían realizado viajes de descubrimiento y exploración de
nuevos territorios, en el siglo diecinueve, como parte del proceso
de expansión colonialista, las expediciones científicas se
multiplicaron. Diarios y revistas masivas publicaban regularmente
las novedades procedentes de los nuevos territorios relevados.
Científicos viajeros como Humboldt y Darwin, por nombrar a dos de
los más conocidos, se volvieron nombres familiares para el lector de
publicaciones populares, que al mismo tiempo extendía sus
conocimientos geográficos con cada nueva entrega. La ampliación y
apropiación de los nuevos horizontes mundiales, así como el
aceleramiento de la innovación científica constituyen el marco y las
condiciones del éxito de la literatura de Julio Verne. Condiciones
que incluyen necesariamente la fe positiva en el progreso
irreversible de las sociedades occidentales. En cuanto al punto de
vista literario, Verne está influenciado por varios de los
subgéneros de la novela decimonónica: la novela popular, la
fantástica, la policial, la histórica y la de aventuras. Pero, sin
duda, su creación distintiva es un subgénero que mezcla la novela de
aventuras con la novela científica. Esta combinación funda su éxito
en la construcción obsesiva de verosimilitud. Efecto logrado por la
acumulación de datos científicos y pseudocientíficos, y por la
descripción minuciosa de espacios geográficos, en algunos casos aún
inexplorados para la época. Algunos críticos de su obra sostienen
que, a pesar de la fama de genio anticipatorio que le asignó la
posteridad por la invención de cohetes, submarinos y demás
cachivaches tecnológicos, sus verdaderos aciertos se dieron en el
plano de la anticipación geográfica. Mientras temas como el viaje a
la Luna o al fondo del océano habían sido tratados previamente por
otros autores y las creaciones tecnológicas podían inferirse de los
libros técnicos de la época, Verne acierta en la descripción de
espacios geográficos conjeturales que, luego, al ser descubiertos,
se revelarán sorprendentemente parecidos a los modelos literarios.
Algo de esto ocurre con El faro del fin del mundo, una novela
ambientada en la Isla de los Estados en el Atlántico sur. Verne,
enterado de la construcción de un faro en la inhóspita isla en 1884,
lo utiliza como escenario de una de sus últimas narraciones. Sin
muchos más elementos que la noticia de su existencia, dicta la que
será su primera novela póstuma a su hijo Michel entre 1891 y 1892.
El viento y las lluvias australes se encargan de borrar al faro
real, el faro imaginado se mantiene incólume. En 1998, un grupo de
diez aventureros franceses, bajo la dirección de André Bronner,
reconstruye en homenaje a Verne el viejo faro de 1884. Corrección
mediante, el faro está donde siempre debió haber estado. Un pequeño
desajuste temporal hizo que la realidad se pareciera a la historia,
aunque un poco más tarde.
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Jean-Paul Sartre |
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El
filósofo necesario
Leer a Sartre es una necesidad para todo
aficionado a la filosofía, si concibe a esta práctica como un
ejercicio del pensamiento que traza líneas de fuga en los saberes
establecidos. Estas palabras de Tomás Abraham seguro han de ser las
más indicadas para homenajear a Jean-Paul Sartre, nacido en París el
21 de junio de 1905. Filósofo, novelista y dramaturgo, uno de los
más destacados representantes del existencialismo y del pensamiento
universal.
TOMÁS ABRAHAM Filósofo. Profesor en la
Carrera de Filosofía (FFyL, UBA). Estudió en Francia con Foucault,
Althusser y Canguilhem. Entre los numerosos libros que ha publicado
se destacan Pensadores bajos y otros escritos (2000), Pensamiento
rápido (2001), Tensiones filosóficas (2001) Situaciones
postales (2002), El último Foucault (2003) y Fricciones(2004).
Es articulista en los principales diarios y revistas del país. .
La obra de Sartre es monumental. No hay recetas
para iniciarse en ella. Quizás lo mejor sea realizar una
aproximación cronológica. Nace en 1905, y antes de los treinta años
ya tiene un programa de escritura. Desde que vuelve de sus años de
estudios en Alemania, escribe simultáneamente filosofía y
literatura. Sus escritos filosóficos derivan de su lectura de
Husserl. Le interesa el tema de la conciencia. La palabra y la
noción de conciencia se repiten incansablemente a través de cuatro
textos: La imaginación, Lo imaginario, Bosquejo para una teoría de
las emociones y La trascendencia del Ego. En lo que respecta a la
literatura, publica los primeros cuentos que conformarán el volumen
de El Muro. No hay aún en esta doble vertiente una alusión recíproca
ni una continuidad. Sus obras filosóficas intentan, a partir de la
fenomenología, incursionar en los problemas de la psicología. En las
primeras décadas del siglo XX, se da en el campo de la psicología
una dinámica que moviliza todo el espectro de las ciencias humanas.
En él se debaten problemas que antes eran patrimonio de la
filosofía: la libertad, el determinismo, la voluntad, la memoria.
Sartre se halla en el cruce de varias tradiciones. Por un lado
el positivismo que privilegia los fenómenos fisiológicos para
comprender el universo de las conductas. Por el otro un vitalismo
bergsoniano que disuelve la conciencia en el flujo temporal. El
psicoanálisis marca con su sello el debate que se gesta con su tesis
de los efectos del inconsciente y una concepción estratificada de la
psique. Sartre, siguiendo a Husserl, sitúa a la conciencia en el
umbral de la intencionalidad. La conciencia no es un ojo que
refleja, ni una caja que guarda. No es el rincón de nuestra
intimidad, tampoco la reduplicación interior de nuestra vida
vegetativa y comunicacional. La conciencia es un desgarrón, está
siempre afuera. Aquello que se vislumbraba y se definía como una voz
interior, es una flecha que nos lanza al mundo. Por eso toda
conciencia es conciencia de. Por otro lado, sus cuentos
transmiten una atmósfera singular. Se trata de los desastres
existenciales de individuos que pertenecen a la burguesía francesa.
Sartre mira a su burguesía, aquella a la que pertenece, con un
desprecio de cirujano. Meticulosamente describe situaciones en que
se desnudan sus mezquindades y su hipocresía. Salvo en El muro, el
cuento que le da el título al volumen, las situaciones arrancan de
la cotidianidad. En el cuento referido el marco histórico es la
guerra de España, se detiene a un combatiente de las Brigadas
Internacionales que se resiste al interrogatorio sobre el paradero
de un compañero a cambio de su libertad, y para desorientar a sus
captores inventa un escondite absurdo en una cabaña al lado de un
cementerio, que resulta finalmente el sitio en donde se efectuará la
captura. Una estructura trágica en la que la mentira es verdad, y la
libertad condena. El protagonista termina el relato con una amarga
carcajada ante las jugarretas del destino. El cuento La infancia
de un jefe parece el más importante por su extensión. Un jovencito
heredero de un papá industrial se prepara para la vida. Para eso
deberá ser grande, es decir aprender a conducirse como un adulto.
Para ser un futuro jefe debe hacerse obedecer y amar por sus
subordinados. Sartre se detiene para describir una variedad de
humillaciones que van desde el pequeño agraciado con bucles dorados
sentado en las rodillas de su papá, al privilegio que les deparan
tanto a él como a su padre los paseos dominicales cuando los obreros
de la fábrica con sus familias dejan el paso sumisamente a los
patrones. Sartre muestra a través de su personaje los hechizos
culturales de su juventud como el surrealismo, las drogas, las
aventuras sexuales, el sueño de un suicidio glorioso, el ser
Rimbaud de todo aspirante a poeta, tener complejos interesantes
como todo entendido lector de Freud. El futuro jefe en una de sus
incursiones al Parnaso es desflorado por un surrealista autorizado,
aficionado a los jóvenes, que lo pone en contacto con las
vanguardias de un modo inesperado. El representante de la cuarta
generación de jefes de industria va por mal camino. Al terminar
la historia el final es feliz ya que el protagonista huye del
pederasta y encuentra una salida digna y viril con una propuesta de
época: el fascismo. Se convierte en un aguerrido antisemita en
nombre de su adorada y venerada Francia. Con La Náusea Sartre se
hace conocer. La náusea es un vacío. No estamos con la gente. Los
individuos se nos aparecen como seres viscosos. Los objetos pierden
su utilidad y naturalidad. Todo se nos vuelve ajeno y la sensación
que nos queda es de opresión. Antoine Roquentin no es un flaneur de
bulevares como en las peripecias literarias del siglo XIX, es un
desapegado del mundo. Flota sin conseguir pegarse a lo que todo el
mundo se adhiere. Un rol, aunque sea pequeño, una mínima autoridad,
el reconocimiento en la mirada de otro de una imagen que nos
acomode. Pero no, todo sobra por algún lado, o falta algo que
desparrama el ser y empasta los días. La verdad es que no se
sabe para qué seguir, el suicidio es una solución posible, o,
quizás, matar a alguien, como en el relato Erostrato, en donde el
personaje sale a la calle y de aburrido que estaba baja de un
disparo al primer transeúnte. Luego se entrega. Mientras Sartre
se divertía con estas ocurrencias, los lectores lo tomaban en serio
y fruncían el seño, fumaban dos atados por día, se deprimían en los
cafés, no se bañaban. No debe resultarnos extraño que en los años
cincuenta el profesor de filosofía analítica en Oxford, Mister Hare,
relatara en un encuentro filosófico en la Abadía de Royaumont la
historia de un joven suizo huésped de su casa que descubrió en la
biblioteca el libro de Albert Camus El extranjero, y que a partir de
ese momento perdió su natural alegría adolescente, se deprimió y,
para horror de los Hare, comenzó a fumar. Y todo porque al joven
suizo se le había ocurrido que nada tenía importancia. Si esto
es lo que podía producir Camus, que era un moderado, es más lo que
podemos imaginar que provocaba Sartre con sus personajes. No se
trata en verdad de hacer una competencia entre Mersault, el
protagonista de la novela de Camus, y Roquentin, para ver quién de
los dos era el más pesimista. Para empezar porque parecían
pesimistas pero no lo eran, sino que, por el contrario, y para
mantener este tipo de clasificación anímica, podemos afirmar que
eran optimistas, hasta felices. Los personajes escriben, hacen el
amor, tienen buenas bebidas, alguna renta que los despreocupa del
pan diario, amigos que los soportan, en fin, una náusea
perfumada. Quisiera que el lector no entienda esto último como
una ironía, porque lo que en verdad me gustaría transmitir es mi
admiración por uno de los filósofos más grandes de la modernidad, y
que ha marcado mi existencia, y no sé si lo consigo. Las cosas
fueron cambiando desde el momento en que Sartre descubre en los
inicios de la segunda guerra algo que habitualmente se llama
historia. Se trata de los momentos en que lo colectivo penetra
nuestras bien resguardadas vidas y cambia el rumbo de nuestras
existencias. El héroe sartreano no podrá ser un personaje que
ostenta su soledad ante la pegajosidad de los seres. Entre los
años 40 y 45, Sartre escribe los tres volúmenes de su novela Los
caminos de la libertad, y su obra filosófica El ser y la nada. A
cada uno el Sartre que más le guste, el que aquí escribe se queda
con éste, primero porque impulsó lo que algo grandilocuentemente es
posible llamar vocación filosófica, y segundo porque se enamoró, no
de Sartre, sino de Mateo, el protagonista. Mateo no es Antoine
Roquentin ni Mersault, es una especie de Philippe Marlowe
protagonizado por un híbrido de Humphrey Bogart y Robert Mitchum, es
decir de un personaje de cine norteamericano, que no cree en nada,
que es libre e indiferente, codiciado sexualmente por Ivich y
Marcela, cuando no Lola, y que mantiene con el cuadro comunista
Bruno una amistad tensa y leal. El contexto es la Segunda Guerra
Mundial, la crisis de Munich y las vísperas de la ocupación alemana.
En El ser y la nada, Sartre declina juntas sus dos
preocupaciones anteriores: la intencionalidad de la conciencia y el
acartonamiento hipócrita de las ceremonias burguesas. Construye el
concepto de la mirada del otro, mirada que deseamos domesticar por
completo, para evitar así que nos convierta en una cosa y nos
congele en un solo gesto. Es un canibalismo psicológico, una lucha
de conciencias persecutorias. La mala fe es quizás la más letal de
las nociones de Sartre para rastrear y descubrir a la comadreja en
su guarida. Se refiere a las conductas de excusa, al naipe bajo la
manga que amenazamos con echar en alguna oportunidad que nunca es
ésta. Es el mundo de las circunstancias atenuantes, de la obediencia
debida, el del realismo salvador. También es el recurso de nuestra
intimidad a la que siempre podemos recurrir cuando se desnuda algún
fracaso público. La mala fe consiste en creer que somos siempre
algo más que lo que hacemos. En esta obra Sartre pasa del
problema de la intencionalidad de sus obras fenomenológicas al de la
libertad. Dispone ya un mundo moral en el que los hombres deben
elegir, que no tienen más argumentos para no decidir, y son
responsables de cada uno de sus actos. El ser para sí que instituye
la conciencia en el hombre, la imposibilidad de ser una realidad
determinada por leyes mecánicas y objetivas por la fisura de una
conciencia que nos arroja al mundo y nos separa de nosotros mismos,
nos retrotrae a Hegel y a su mundo de conciencias desdichadas y
luchas entre amos y esclavos. Pero lo que importa de esta obra
no son las referencias explícitas o no de sus antecedentes
filosóficos, sino la maestría literaria con la que está compuesta.
Tildada de difícil, es en realidad una pieza literaria en la que los
pensamientos tienen cuerpo y las abstracciones se resuelven en
imágenes de gran belleza. Las obras de teatro con las que Sartre
en la posguerra llega al gran público ilustran con variadas tramas
sus ideas filosóficas. Ante las acusaciones acerca de su amoralismo,
Sartre se ve obligado a defender su obra como si fuera una doctrina:
el existencialismo. Asegura que es un humanismo, que a la brevedad
escribiría una moral positiva, y en medio de los callejones sin
salida en que se ubica en sus intentos por parecer edificante,
descubre el marxismo que le tiende la madera del sentido. Su
activismo político resalta a través de su revista Les Temps Modernes
en la que escribe sus artículos contra la política colonial
francesa. Se viven los procesos de descolonización en medio de
guerras, torturas, actos de terrorismo. La guerra por la
independencia de Argelia levanta a la sociedad francesa y la divide
en bandos antagónicos. Sartre se hace portavoz del tercer mundo y de
sus guerras de liberación, en las que ve la única esperanza de un
socialismo revolucionario. Esta salida es la última posible luego de
haberse desilusionado del socialismo soviético al que apoyó durante
la guerra fría, aún a costa de la invasión a Hungría y de las
denuncias de los campos soviéticos. Intransigente en la mayoría
de los casos, justificaba la violencia revolucionaria como partera
de la historia. Mientras tanto construía una última obra filosófica,
también de grandes dimensiones: La crítica de la razón dialéctica,
obra interminable y obsesiva en la que trata de juntar el
materialismo histórico con la fenomenología para así hilar en una
misma madeja lo infinitamente grande de los procesos históricos, con
lo infinitamente pequeño de las decisiones personales. Su último
legado, resultado de esta metodología, El idiota de la familia, nos
da un Flaubert en tres tomos, a los que sin duda pueden agregarse
varios más hasta que el corte de uña del pequeño Gustav, la
esponjosidad de su estornudo, se componga en el mejor o el peor de
los mundos posibles con la historia de Francia y la lucha de clases
universal. Sartre se convierte en un filósofo clásico que trata
de contener y comprender el Todo, un convencido del principio de
razón suficiente, un nuevo Leibniz, cuyo propósito delirante de
encontrarle a todo un sentido sólo cambió de léxico. No quisiera
plantear aquí una cuestión dogmática del estilo de dos Sartres, el
uno joven el otro no, o uno valioso y no el otro. Las elecciones
personales no parecen subyugantes para el prójimo, pero a veces no
hay argumentos impúdicamente objetivos para sostener una elección.
El Sartre filósofo global no es el que me atrae. Es a éste al que el
estructuralismo teórico, desde Lévi Strauss a Althusser pasando por
Foucault, criticó por no comprender el trabajo que llevaban a cabo.
Sartre elaboraba una filosofía de la historia sobre la base de una
teoría del sujeto cuya praxis removía los cimientos de lo inerte.
Los historiadores, desde Braudel a Veyne, no necesitaban este
neohegelianismo. Su tarea disponía otro acercamiento. De todos
modos, la discusión que se estableció en la década del sesenta no
fue un parricidio. Leer a Sartre es una necesidad para todo
aficionado a la filosofía, si concibe a esta práctica como un
ejercicio del pensamiento que traza líneas de fuga en los saberes
establecidos.
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Premio Nobel de medicina 1905 |
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Robert Koch, descubridor del bacilo de la
tuberculosis
Cien años pasaron desde que Robert Koch recibió
el Premio Nobel de Medicina por sus trabajos de investigación sobre
enfermedades infecciosas. Científico botánico, físico y matemático
alemán, contribuyó decisivamente a sentar las bases de la
microbiología médica moderna al establecer los llamados Postulados
de Koch, que en la actualidad siguen siendo perfectamente válidos
para conocer si un microorganismo es el causante de una determinada
enfermedad..
ANA
MARIA PUTRUELE Médica. Docente Adscripta a la UBA. Encargada
del Área Tisiología del Hospital de Clínicas José de San
Martín. .
Nace en Klausthal, Alemania, el 11 de diciembre de
1843, quien llegaría a ser una de las más altas cumbres de la
ciencia médica moderna: Robert Koch. Tercer hijo de un hogar modesto
de once hermanos y típico representante de la clase media alemana,
se inscribe en 1862 en la Facultad de Ciencias Naturales de la
afamada Universidad de Gotinga. Poco después, cambia de
orientación e ingresa a la Facultad de Medicina, donde en siete
semestres cursa los estudios correspondientes y se gradúa en enero
de 1866, a los veintidós años de edad. De 1867 a 1870 actúa
sucesivamente en el Hospital General de Hamburgo en condición de
médico interno, luego en un asilo de niños cerca de Hannover, más
tarde ejerce la medicina general. En 1870, al declararse la guerra
franco-prusiana, se alista como voluntario, actuando en un hospital
militar en territorio francés donde adquiere experiencia asistiendo
a enfermos de fiebre tifoidea. En 1872 ocupa el cargo de médico
sanitario de distrito de Wollstein. Pero, el clínico consagrado
a la atención de sus enfermos encuentra tiempo para satisfacer su
vocación de naturalista. Separa una parte de su consultorio e
instala con medios improvisados un pequeño laboratorio y una
reducida cámara oscura. Al cumplir veintiocho años, su mujer le
regala un microscopio, y con este instrumento Koch se empeña en
explorar el mundo de los microorganismos. En su propia
residencia, a partir de 1873, realiza una serie de investigaciones
que representan el despertar de la bacteriología clínica.
Despierta su interés el estudio del carbunclo. Consigue por
inoculación de material con carbunclo reproducir la enfermedad en
serie en un ratón blanco. En 1877 publica los estudios realizados
sobre la etiología de infecciones traumáticas y quirúrgicas con la
comprobación de que a cada tipo clínico de infección corresponde un
microorganismo particular y específico. En 1880 se radica en
Berlín al ser nombrado miembro extraordinario del Departamento
Imperial de Sanidad, situación que le permitirá dedicarse por entero
a sus grandes designios. En el transcurso de tres años da
estructura y brillo a la bacteriología con fundamentales
innovaciones técnicas y con el descubrimiento de los agentes
causales de dos grandes azotes de la humanidad: el cólera y la
tuberculosis. Describe en 1881 la importancia del cultivo de
gérmenes sobre medios sólidos, lo que permite el aislamiento de
colonias de bacterias y el desarrollo de cultivos puros que
permitieron el rápido descubrimiento de agentes patógenos.
Simultáneamente con este trabajo sobre investigación de gérmenes
patógenos Koch emprende el estudio de los métodos de esterilización
y aporta, con sus colaboradores, la base experimental de la
desinfección de agentes físicos y químicos. En agosto de ese año,
Pasteur y Koch se encuentran en el Congreso Internacional de
Medicina en Londres, donde el primero reconoce el procedimiento
propuesto por Koch. De regreso a Berlín, Koch, compenetrado del sumo
interés que existía en aclarar la etiología de la tuberculosis, se
embarca en tal búsqueda y, para apoyar sus esperanzas de mejor
éxito, recurre a una nueva técnica de coloración con el cual
comprueba en el material examinado la presencia común de una
formación bacteriana. Describe la morfología del bacilo descubierto
y su distribución en los tejidos afectados. Procura el
aislamiento del germen; se vale para ello del cultivo en suero
sanguíneo solidificado por acción del calor y verifica iguales
características en el desarrollo bacteriano, cualquiera sea la
procedencia, humana o animal, del material tuberculoso sembrado.
Luego, analiza los caracteres de la enfermedad en el cobayo
consecutiva a la inoculación de productos tuberculosos y registra en
todos los casos la semejanza de las lesiones producidas. En éstas
reconoce la presencia del germen que aísla de nuevo en cultivos
puros, practica trasplantes en serie y reproduce la enfermedad
experimental en diversas especies de animales. Este notable
conjunto de ordenados experimentos prueba de modo terminante que el
bacilo hallado por Koch es el agente determinante de la
tuberculosis. En un trabajo publicado en 1884 relata los
resultados confirmatorios de la prosecución de sus investigaciones y
comprueba la virulencia del bacilo, que persiste varios meses en los
esputos desecados y asigna a éstos el principal papel en la
propagación de la enfermedad. En materia de cólera, centralizó su
estudio en la epidemiología y las medidas higiénicas a adoptarse
para evitar el aumento de los casos, y medidas que fueron
rigurosamente aplicadas en Alemania con excelente resultado. El
13 de noviembre de 1890 publica en la Deutsche Medizinsche
Wochenschrif un trabajo sobre un remedio contra la tuberculosis,
con el relato de los ensayos realizados en el hombre. Indica de
nuevo que lo hace antes de haber completado el estudio del producto
y da ahora como razón la forma equívoca y exagerada con que ha
trascendido el flamante recurso terapéutico. A la vez, invoca ese
estudio todavía incompleto para prolongar el misterio acerca del
origen y la preparación del medicamento. En una nueva
comunicación, aparecida en el mismo semanario médico, en enero de
1891, da finalmente a conocer el origen y la composición del
remedio. Los fracasos se acumulan y sobreviene el derrumbe de las
ilusiones iniciales. Reacciones focales desmedidas, aceleración del
curso evolutivo de la enfermedad, desenlaces fatales le producen
decepción. La responsabilidad de Koch estuvo comprometida, pues él y
sus colaboradores fueron los únicos que preparaban la tuberculina y
la entregaban a los médicos interesados en su empleo. No obstante,
la tuberculina permite la identificación de las personas infectadas
y ha conducido al conocimiento de la alergia. La fortaleza
anímica de Koch no se doblega por el fracaso de su remedio y procura
aislar el principio activo de la tuberculina bruta y en el
transcurso de 1891 logra un producto purificado con el que se
obtienen mejores resultados terapéuticos. En 1893 se inaugura en
Berlín el Instituto de Enfermedades Infecciosas creado expresamente
para Koch, cuya dirección ocupa hasta 1903, cuando se retira por
llegar al término de edad. El Premio Nobel le es otorgado a Koch
en 1905. El estudio de la tuberculosis ocupa la mente del sabio
hasta sus últimos días. En busca de un ambiente más propicio para su
delicado corazón se traslada a Baden-Baden y se interna en un
sanatorio, donde el 27 de mayo de 1910 se extingue a los sesenta y
seis años de edad
Aportes de Koch a la bacteriología
moderna
Koch, con sus numerosos trabajos de investigación,
sentó las bases de la microbiología médica moderna. Sus aportaciones
han contribuido al desarrollo del examen de los microorganismos y de
su cultivo. Desde el punto de vista de las técnicas de
laboratorio, aportó medios más precisos para el examen de las
bacterias, como la fijación y la coloración, los medios de cultivo y
la fotografía de preparados microscópicos. Robert Koch murió
feliz, con la certeza absoluta de que el siglo XX, con personas
instruidas e inteligentes, vencería la tuberculosis. Soñaba que ya
no habría nunca más guerras ni pobres; creía que habría justicia,
libertad, salud y fraternidad entre los hombres. Sin embargo, ya
iniciado el siglo XXI, la situación actual de la tuberculosis es una
paradoja, porque precisamente gracias a Koch tenemos los medios para
prevenir, curar y erradicar completamente la enfermedad. El
investigador contribuyó decisivamente a sentar las bases de la
microbiología médica moderna al establecer los llamados Postulados
de Koch, que siguen siendo perfectamente válidos para conocer si un
microorganismo es el causante de una enfermedad determinada. Son una
serie de reglas para establecer las relaciones existentes entre
causa y efecto de un bacilo patógeno y la infección. Dichos
Postulados son: n Un determinado microorganismo puede sólo
considerarse responsable de una enfermedad específica, cuando se
constate su presencia siempre que se dé en esa enfermedad y no en
otras. n El microorganismo en cuestión debe poderse cultivar
fuera del organismo y separado de cualquier otra bacteria. n La
implantación de cultivos puros en animales experimentales ha de
producir en ellos la misma enfermedad. n El bacilo puede ser
aislado, en cultivo puro, a partir de un animal de laboratorio
infectado experimentalmente. A pesar de las numerosas revisiones
de que han sido objeto, los Postulados de Koch han demostrado su
validez a lo largo de los años. Gracias a su trabajo, la
esperanza de controlar la tuberculosis tuvo su fundamento, por un
lado en las nuevas posibilidades de diagnóstico y, por otro, en la
demostración de que ésta sólo puede trasmitirse de organismo a
organismo. En relación con la extensión de la enfermedad, Koch
asignó un papel fundamental a los esputos o secreciones de las
mucosas de las vías respiratorias. Por ello recomendó la
desinfección de los desechos, con el fin de eliminar la mayor
cantidad posible de riesgos de infección Formuló reglas para el
control de epidemias de cólera y las bases de los métodos de control
que siguen siendo usados hoy en día. Su incesante labor
investigadora en el campo de las enfermedades infecciosas contribuyó
de forma definitiva a adquirir un preciso conocimiento de la
malaria, la enfermedad del sueño y la fiebre recurrente. Pronto
se vio que la tuberculina, que elaboró como remedio contra la
tuberculosis, no tenía la aplicación terapéutica deseada, pero en
cambio demostró ser un buen medio para el diagnóstico precoz de la
infección, permitiendo separar a los sujetos en tuberculinos
positivos y tuberculinos negativos. Se cumplen 100 años de la
entrega del Premio Nobel a este investigador, que ha contribuido en
forma muy importante a la ciencia médica sentando las bases
fundamentales de la bacteriología moderna
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Cien años y una historia
¿Qué determina que un organismo
presente características femeninas o masculinas? ¿Qué papel cumplen
los cromosomas en esta determinación? ¿Todos los organismos siguen
el mismo patrón de determinación? En 1905, Edmun Wilson y Netti
Stevens aportaron las primeras evidencias para dar respuesta a estos
interrogantes, que actualmente son parte esencial del desarrollo de
las investigaciones sobre los mecanismos de determinación del sexo.
Lo que sigue a continuación es la historia que hace cien años marcó
la asociación entre la determinación del sexo y los cromosomas X e
Y.
LILIANA MARÍA MOLA*; SERGIO GUSTAVO
RODRÍGUEZ GIL** y PABLO JAVIER REBAGLIATI*** Laboratorio de
Citogenética y Evolución. Depto. de Ecología, Genética y Evolución,
Facultad de Ciencias Exactas y Naturales, UBA. * Doctora en
Ciencias Biológicas, FCEN, UBA. Profesora adjunta, FCEN, UBA. **
/ *** Licenciados en Ciencias Biológicas, FCEN, UBA. Doctorandos,
UBA..
En 1905, ocurrieron numerosos eventos que marcaron
el posterior desarrollo de las ciencias. La formulación de la Teoría
de la Relatividad, popularmente conocida como E=m.c2 sintetiza el
trabajo que realizó una de las mentes más brillantes de la historia:
Albert Einstein. En Biología, en tanto, se aportaban las primeras
evidencias de la existencia de los cromosomas sexuales. Éstos están
asociados con la determinación del sexo, mecanismo por el cual se
define si un organismo presentará características masculinas o
femeninas. Las líneas de investigación en este tema, en aquella
época, tenían enfoques diferentes y podemos resumirlas en tres
grupos, uno Ambientalista (defendido por Geddes y Thomson, desde
1890), donde los factores ambientales determinaban en el huevo el
sexo de los individuos; otro Internalista (defendido por Boveri y
Morgan), donde la causa de la determinación del sexo se encuentra en
factores internos del huevo, y, por último, un enfoque Mendeliano,
en donde el sexo se determinaba en la fecundación y por la
fecundación. Este último enfoque comenzó a relacionarse con las
investigaciones citológicas de los cromosomas, ya que se postuló que
los cromosomas serían los portadores de los determinantes
hereditarios.
Para comprender mejor el cómo se llegó al
descubrimiento de los cromosomas sexuales es útil conocer los
distintos tipos de cromosomas sexuales que se conocen
actualmente. En algunas especies los dos sexos tienen distinto
número de cromosomas, las hembras presentan dos cromosomas sexuales,
mientras que los machos sólo presentan un cromosoma X, y este
sistema se conoce como XX/XO. Otras especies presentan el mismo
número de cromosomas en machos y hembras, pero en uno de los sexos
los dos cromosomas son distintos entre sí, y a este par de
cromosomas se lo denomina heteromórfico. Cuando el macho es el que
presenta el par heteromórfico, el mecanismo cromosómico de
determinación sexual se denomina XX/XY. En este caso el macho es el
sexo heterogamético (significa que producirá dos tipos de gametas,
unas portando el cromosoma X y otras el Y), mientras que la hembra
es el sexo homogamético, ya que todas sus gametas son iguales. Si el
sexo heterogamético es la hembra, el mecanismo se denomina ZW/ZZ. La
hembra producirá dos tipos de gametas distintas, unas con el
cromosoma Z y otras con el W y el macho producirá todas las gametas
con el cromosoma Z. El sistema XX/XY se encuentra en la gran mayoría
de los mamíferos, así como en muchos insectos; el sistema ZW/ZZ se
observa en aves, mariposas, polillas y algunos reptiles. También
existen mecanismos con múltiples cromosomas sexuales, por ejemplo
con más de un X (X1X1X2X2 en hembras y X1X2Y en machos) o con más de
un Y (XX en hembras y XY1Y2 en machos). Existe otro grupo de
organismos que no presentan cromosomas sexuales reconocibles. En
ellos la determinación puede estar dada por el ambiente en que se
desarrollan los individuos, o bien por un sistema simple de genes en
los autosomas.
¿Cómo se llegó al descubrimiento de los
cromosomas sexuales?
Herman Henking, en 1891, estudiando la meiosis
masculina en una chinche (Pyrrhocoris apterus), y Clarence Mc Clung,
en 1902, en un saltamonte (Xi- phidium fasciatus), observaron la
presencia de un cromosoma particular que sólo se hallaba en la mitad
de los espermatozoides. Al desconocer su función, Henking designó a
este elemento como X, y Mc Clung lo denominó cromosoma
accesorio, proponiendo que guardaba alguna relación con el sexo
(Figura 1). En 1905, Edmund Wilson, en otras especies de chinches
(Lygaeus turcicus, Euchistus fissilis y Caenus delius) y Nettie
Stevens en el escarabajo de la harina (Tenebrio molitor),
describieron en los machos la presencia de dos cromosomas de tamaño
considerablemente distinto (a los que Wilson denominó
idiocromosomas), que al separarse en la meiosis originaban dos tipos
distintos de espermatozoides, unos portando el cromosoma grande y
otros portando el cromosoma chico (Figura 2). Por primera vez se
consideraba una pareja de cromosomas relacionados con la
determinación del sexo, los cromosomas X e Y. Antes de conocerse
esta relación, lo que sucedía en el dominio de la herencia no
parecía tener consistencia alguna y las reglas de aparición de
algunos defectos hereditarios resultaban caprichosas. La relación
de estos cromosomas y la determinación del sexo tuvo distintas
interpretaciones. Mc Clung propuso que los espermatozoides que
portaban el cromosoma X al momento de la fecundación producirían
machos (XX) y los que no lo portaban producirían hembras (XO). En
cambio, Wilson, sobre la base de sus investigaciones y las de
Stevens, propuso que los espermatozoides que portaban este cromosoma
producirían hembras (XX). Posteriormente se corroboró que en estos
insectos las hembras poseen dos cromosomas X mientras que los machos
sólo uno. Theodor Boveri y Walter Sutton (1902-1903) propusieron
en forma independiente uno de los conceptos fundamentales en
genética, la relación entre la herencia de las características y los
cromosomas (Teoría cromosómica de la herencia). En 1910, Thomas
Morgan con sus experimentos en la mosca de la fruta (Drosophila
melanogaster), establece la relación entre una característica
particular (ojos blancos) y su ubicación en el cromosoma X,
aportando nuevas pruebas para esta teoría. En 1917 Wieman
describió la presencia de cromosomas X e Y en células humanas, pero
recién en 1956 Tjio y Levan, en células cultivadas en laboratorio, y
Ford junto con Hamerton, analizando la meiosis masculina
describieron que los cromosomas en la especie humana son 46, 23
pares de autosomas homólogos y dos cromosomas sexuales (XX en la
mujer y XY en el hombre) (Figura 3). Hasta aquí nos hemos
referido exclusivamente a los animales, ya que en ellos es donde se
describieron por primera vez, y es además el grupo de seres vivos
donde los cromosomas sexuales se encuentran más ampliamente
representados. Pero las plantas no quedan fuera de esta historia, ya
que desde 1923 se sabe que algunas plantas dioicas tienen cromosomas
sexuales, tal como lo describió Blackburn en xilene (Xilene
latifolis) y Kihara & Ono en la acedera (Rumex acetosa). En las
plantas también se encuentran distintos sistemas de cromosomas
sexuales, como el XX/XY, sistemas múltiples, y en el sauce mimbre
(Salis viminalis) muy probablemente el sistema ZW/ZZ. ¿Cómo se
diferenciaron los cromosomas sexuales?
Hoy en día hay consenso respecto a que el X y el Y
provienen de un par de cromosomas homólogos, entre los cuales era
posible la recombinación en toda su longitud. Este par de cromosomas
poseía algunos genes que estaban involucrados en la determinación
del sexo. Como consecuencia de millones de años de evolución, este
par de cromosomas perdió la capacidad de recombinar en la mayor
parte de su longitud. En aquellas zonas donde se produjo la pérdida
de homología, quedaron los genes involucrados en la determinación
sexual; la acumulación de mutaciones en esta región llevó a que los
cromosomas X e Y divergieran uno del otro. En mamíferos el X
permaneció de tamaño semejante al cromosoma original, mientras que
el Y disminuyó de tamaño. El hecho de que ambos cromosomas
conserven aún una pequeña zona de homología, permite la
recombinación y garantiza su correcta separación. La manera en la
que se compensa la pérdida de tanta información es diferente en cada
tipo de organismo, los hay aquellos que aumentan la actividad del
único cromosoma X, como es el caso de los machos de la mosca de la
fruta. En otros hay una inactivación casi total de uno de los dos
cromosomas X de la hembra. En los humanos, así como en la mayoría de
los mamíferos, esta inactivación se denomina lyonización, nombre en
homenaje a Mary Lyon, quien descubrió la inactivación al azar de uno
de los cromosomas X. El detalle de este proceso abarcaría otra
nota.
La determinación del sexo en humanos y
moscas, ¿es igual?
Si bien los humanos y la mosca de la fruta
compartimos el sistema XX/XY, los mecanismos por los cuales se
produce la determinación del sexo en ambos es muy diferente. En los
humanos la determinación del sexo está dada por la presencia del
cromosoma Y que posee la información genética que determina la
masculinidad, mientras que en las moscas está dada por un balance
entre el número de cromosomas X y el número de juegos de autosomas;
si hay sólo un cromosoma X se produce un macho, si hay dos
cromosomas X se produce una hembra. El pequeño Y de humanos posee
muy pocos genes, sin embargo hay uno muy importante, el SRY (Sex
determining Region Y, región determinante del sexo del cromosoma Y).
Este gen dirige una serie de cambios que conducen a la formación del
testículo a partir de una gónada indiferenciada. Actúa como el
interruptor de la luz, si está presente produce desarrollo
masculino; si está ausente, la gónada se transforma en ovario.
En cambio la información genética presente en el cromosoma Y de
las moscas es sólo necesaria para que el macho sea fértil. Para
determinar el sexo actúan inicialmente dos genes, uno ubicado en un
par autosómico y otro en el cromosoma X, que regulan la actividad
del gen interruptor SXL (SeX Lethal). Cuando se produce igual
cantidad de producto proteico de los genes de los cromosomas
sexuales y de los autosomas (XX/AA), se activa el gen SXL
permitiendo el desarrollo de una hembra. En cambio, cuando hay un
solo cromosoma X se produce la mitad de proteína activa (X/AA), lo
que no es suficiente para activar al SXL y en consecuencia se
desarrolla un macho (Ver recuadro El Y perdido). Lejos
estaban, en 1905, Wilson y Stevens de pensar en una determinación
del sexo tan compleja como la descripta, no sólo por el desarrollo
científico de los últimos cien años, sino también por la fuerte
influencia de pensamientos sociales y religiosos preponderantes en
su época. Sin embargo, sus descubrimientos e interpretaciones fueron
la piedra fundamental de las actuales líneas de investigación del
complejo mundo de la determinación sexual.
El Y perdido
¿Qué sexo presentará un individuo que por
algún motivo perdió el cromosoma Y y sólo tiene un cromosoma X, en
humanos y en la mosca de la fruta? En humanos, la monosomía del
cromosoma X se denomina Síndrome de Turner, y su fenotipo es
femenino. Este síndrome presenta características clínicas definidas,
como ser estatura extremadamente baja, cuello ancho y gónadas
vestigiales. En cambio, en la mosca de la fruta los individuos son
fenotípicamente machos, pero estériles.
GLOSARIO
Autosoma: Cualquier cromosoma que no es un
cromosoma sexual. Cromosoma: Molécula condensada de ácido
desoxirribonucleico (ADN) asociada a proteínas, observable durante
la división celular, que sirve de vehículo para la transmisión de la
información genética. Homólogos: cromosomas o segmentos
cromosómicos que poseen los mismos genes y la misma forma. Durante
la meiosis éstos se aparean, recombinan y luego se
separan. Dioico: plantas que tiene las flores de cada sexo en
individuos separados. Fenotipo: Manifestación visible del
genotipo en un determinado ambiente. Gen: Secuencia de ácido
desoxirribonucleico (ADN) que constituye la unidad física y
funcional para la transmisión de los caracteres
hereditarios. Genotipo: Conjunto de los genes de un
individuo. Meiosis: Tipo de división celular que produce cuatro
células con la mitad del número cromosómico de la célula original.
En los animales origina las gametas (espermatozoides y
óvulos). Mitosis: Tipo de división celular que produce dos
células con el mismo número cromosómico de la célula
original. Monosomía: Ausencia de uno de los dos cromosomas
homólogos. Mutaciones: Alteración producida en la estructura o en
el número de los genes o de los cromosomas de un organismo
transmisible por herencia. Recombinación: proceso por el cual dos
cromosomas homólogos apareados, intercambian información genética
entre regiones similares de los dos cromosomas.
Bibliografía
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