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	Milonga de Don Nicanor Paredes

Venga un rasgueo y ahora,
Con el permiso de ustedes,
Le estoy cantando, se~ores,
A don Nicanor Paredes.

No lo vi rigido y muerto
Ni siquiera lo vi enfermo;
Lo veo con paso firme
Pisar su feudo, Palermo.

El bigote un poco gris
Pero en los ojos el brillo
Y cerca del corazon
El bultito del cuchillo.

El cuchillo de esa muerte
De la que no le gustaba 
Hablar; alguna desgracia
De cuadreras o de taba.

De atrio, mas bien. Fue caudillo,
Si no me marra la cuenta,
Alla por los tiempos bravos
Del ochocientos noventa.

Lacia y dura la melena
Y aquel empaque de toro;
La chalina sobre el hombro
Y el rumboso anillo de oro.

Entre sus hombres habia
Muchos de valor sereno;
Juan Mura~a y aquel Suarez
Apellidado el Chileno.

Cuando entre esa gente mala
Se armaba algun entrevero
El lo paraba de golpe,
De un grito o con el talero.

Varon de animo parejo
En la buena o en la mala;
"En casa del jabonero
El que no cae se refala".

Sabia contar sucedidos, 
Al compas de la vihuela,
De las casas de Junin,
Y de las carpas de Adela.

Ahora esta muerto y con el
Cuanta memoria se apaga
De aquel Palermo perdido
Del baldio y de la daga.

Ahora esta muerto y me digo;
Que hara usted, don Nicanor,
En un cielo sin caballos,
Ni envido, retruco y flor?


	Jorge Luis Borges

	(Para las seis cuerdas, 1965)


	Toda lectura implica una colaboracion y casi una complicidad. En
el Fausto, debemos admitir que un gaucho pueda seguir el argumento de una
opera cantada en un idioma que no conoce; en el Martin Fierro, un vaiven
de bravatas y de quejumbres, justificadas por el proposito politico de la
obra, pero del todo ajenas al indole sufrida de los paisanos y a los
precavidos modales del payador. 

	En el modesto, caso de mis milongas, el lector debe suplir la
musica ausente por la imagen de un hombre que canturrea, en el umbral de
su zaguan o en un almacen, acompa~andose con la guitarra. La mano se demora 
en las cuerdas y las palabras cuentan menos que los acordes.

	He querido eludir la sensibleria del inconsolable "tango-cancion"
y el manejos systematico del lunfardo, que infunde un aire artificioso a 
las sencillas coplas.

	Que yo sepa, ninguna otra aclaracion requieren estos versos.

		
				                             J.L.B.

Buenos Aires, junio de 1965.


	Milonga de Calandria

Servando Cardoso el nombre
Y ~o Calandria el apodo;
No lo sabran olvidar
Los a~os, que olvidan todo.

No era un cientifico de esos
Que usan arma de gatillo;
Era su gusto jugarse
En el baile del cuchillo.

Cuantas veces en Montiel
Lo habra visto la alborada
En brazos de una mujer
Ya tenida y ya olvidada.

El arma de su aficion
Era el facon caronero
Fueron una sola cosa
El cristiano y el acero.

Bajo el alero de sombra
O en el rincon de la parra,
Las manos que dieron muerte
Sabian templar la guitarra.

Fija la vista en los ojos,
Era capaz de parar
El hachazo mas taimado.
Feliz quien lo vio pelear!

No tan felices aquellos
Cuyo recuerdo postrero
Fue la brusca arremetida
Y la entrada del acero.

Siempre la selva y el duelo,
Pecho a pecho y cara a cara.
Vivio matando y huyendo.
Vivio como si so~ara.

Se cuenta que una mujer
Fue y lo entrego a la partida;
A todos, tarde o temprano,
Nos va entregando la vida.



		Jorge Luis Borges


	( Para las seis cuerdas, 1965)




				(gracias a Ricardo Cibotti )