Sueños modernos, viejas pesadillas. Usos literarios de hipótesis científicas

Adriana Rodríguez Pérsico

 

Teorías científicas en claves literarias

Hacia finales de siglo XIX, las nociones de selección natural, supervivencia del más apto en la lucha por la vida y evolución continua del animal al hombre entran en el mundo de la ficción. La idea de una humanidad perfectible y su contracara, el fantasma de una posible regresión a un estadio primitivo, desbordan el campo científico para difundirse como creencias populares que se articulan en tramas narrativas.

En 1875, el escritor y científico argentino, Eduardo L. Holmberg publica una "fantasía científica" que se titula Dos partidos en lucha [1]. Las acciones transcurren durante la presidencia de Sarmiento y pintan las disputas sostenidas por darwinistas y antidarwinistas (rabianistas en el texto), dos posiciones científicas que adoptan rápidamente carácter de confrontación política mientras aluden a las peleas entre mitristas y alsinistas. Los conflictos se dirimen con la llegada de Darwin al Río de la Plata que viaja con la anuencia y el dinero del imperio. La novela examina la lucha como principio social, en una puesta en escena extraordinaria de las relaciones entre saber y poder; plantea las disputas por ciertos espacios de poder donde se encuentran involucrados aún los sabios. Las escenas tematizan un nudo crucial de la cultura nacional como es la reducción de todas las esferas y la subordinación de todos los campos a las cuestiones políticas. Holmberg demuestra que la lógica de la guerra persiste, sobreimprimiéndose a cualquier pensamiento o acción. Las instituciones funcionan como aparatos ideológicos, los científicos operan como "intelectuales orgánicos" y los debates académicos desenvuelven retóricas propias de las controversias parlamentarias.

La ciencia se degrada a número de feria y encuentra un espacio de representación en el Teatro Colón, donde Darwin en persona media entre los bandos en disputa y comprueba la humanidad de un pigmeo. Dos partidos en lucha traza, con rasgos demoledores, los errores que se tornan crímenes mientras explora vínculos resbaladizos entre la ciencia y la ética. Si la representación del científico asesino integra el imaginario finisecular, en este caso, la ficción pregunta una y otra vez por los límites del conocimiento, un interrogante que vuelve en coyunturas de euforia científica. La prosa desafía el buen gusto mezclando el humor negro con lo abiertamente macabro. Las descripciones de los científicos que chorrean sangre, los pasajes en los que un público insensible y feroz demanda la disección de un akka para comprobar una teoría atestiguan el abismo existente entre fines éticos y científicos.

 

Eduardo Ladislao Holmberg, escritor y naturalista (botánico, geólogo y zoólogo) (1852 – 1937)

Las hipótesis poligenistas -que cuestionan la noción de la unidad de la humanidad mientras enfatizan la idea de la heterogeneidad radical de las razas y de sus orígenes- sirven de base a ideologías discriminatorias que se desarrollan hacia la mitad del siglo. Holmberg avanza sobre la crítica de la ciencia, al incluir en el apéndice un trabajo de Paul Broca, cirujano y fundador de la Sociedad de Antropología de París, sobre "Los akkas, raza pigmea del Africa Central". Aunque el editor afirma que el artículo "no necesita ser leído como parte integrante de los Dos partidos en lucha (…)", la contigüidad de los textos asegura el carácter discriminatorio del pensamiento científico. El discurso, que pretende neutralidad, descubre, en el hilo argumentativo, una lógica excluyente y jerárquica que rige tanto en las sociedades occidentales como en otras sociedades. Esa lógica pone en movimiento algunos ejes que operan la transmutación del sujeto en objeto en la medida en que el individuo se concibe como mercancía o donación. De acuerdo con la mirada científica, estos hombres carecen de cultura. Condenados a la pura naturaleza, destinados a ser sólo cuerpo, los akkas se mueven entre el universo de las mercancías y el reino animal. La lógica perversa de las analogías se crispa en el final, en un pasaje en que el antropólogo sugiere que para establecer la edad de un akka basta examinar su dentadura [2].

Para ilustrar otras apropiaciones de nociones científicas, podemos citar dos breves artículos aparecidos en Caras y Caretas. La revista publica en su número 88 "Un mono que está aprendiendo a hablar" como noticia del mundo (9 de junio de 1900); en el número 267, "Un chimpancé gentleman" detalla la historia de Cónsul, el mono americano que despierta la admiración de los espectadores europeos (14 de noviembre de 1903). La literatura, por su parte, registra un corpus ficcional que elabora la representación de estos tópicos. Los textos inquieren por los orígenes y la posterior evolución del lenguaje y del hombre. Los ejes comunes trenzan un cañamazo de relaciones entre la ciencia y la ética, la humanidad y el lenguaje, el hombre actual y los antecesores, el lenguaje articulado y la animalidad, la racionalidad científica y la irrupción de lo que no puede ser explicado o no puede ser dicho. Voy a referirme a "Yzur" y "Un fenómeno inexplicable", dos cuentos de Leopoldo Lugones y a "Historia de Estilicón", "El mono ahorcado" y "El mono que asesinó", de Horacio Quiroga.

 

El doble humano como el retorno de lo primitivo

Lo esotérico configura el revés del cientificismo. Ante una vida desacralizada, la sociedad finisecular halla un antídoto adecuado en el misterio que aparece ficcionalizado, en el corazón de lo cotidiano, en cuentos de hadas o en leyendas folclóricas de espíritus y aparecidos; otras veces, se trata de relatos donde un animismo difuso contagia y antropomorfiza la esfera de la naturaleza [3]. Buenos Aires es uno de los espacios en que el ocultismo conoce su apogeo. De su difusión popular, dan cuenta artículos y testimonios recogidos en Caras y Caretas.

En Lugones, la idea de fuerza incluida en el título estructura los cuentos que componen Las fuerzas extrañas, un libro que admite, junto con la lectura esotérica, una interpretación política. Ese elemento, que opera como principio constructivo, es formal e ideológico en el sentido de que orienta los relatos actuando como vector de energía o de violencia. Los que traspasan ciertos límites tentando las fuerzas cósmicas, y no poseen el conocimiento suficiente como para manejarlas, son artífices de la propia destrucción. La curiosidad de estos nuevos Faustos desencadena la catástrofe.

 

Viaje al Chaco, 1885. Florentino Ameghino (izquierda), Eduardo L. Holmberg (de pié), Federico Kurtz (el primero de la derecha) y el gobernador del Chaco, José Rosendo Fraga. Fotografía tomada por Lucio Correa Morales. Imagen del Archivo General de la Nación.

"Un fenómeno inexplicable" cabe fácilmente en los patrones del género fantástico pero acepta también una lectura que combine el universo esotérico con las modernas doctrinas darwinianas. El título mezcla los dos marcos de referencia: mientras uno desentraña el fenómeno, el otro tensa las cuerdas del misterio. El imaginario finisecular entrelaza estos dos campos en la literatura y en otras esferas, por ejemplo, a través de la figura del científico o del experimentador, auténtico ideologema de la época.

La tragedia del inglés consiste en una experiencia de desdoblamiento de la subjetividad que materializa lo irracional ancestral del ser humano. El narrador, en primera persona, asume el carácter de testigo y protagonista de la historia, dando fe de la veracidad de los hechos. Lugones emplaza lo siniestro en la seguridad del paisaje pampeano; la prosa pinta el ambiente para encastrar en él al personaje adecuado. El hombre se mimetiza también con su profesión; cuando le pregunta si ha sido militar o misionero, la impresión de Lugones anticipa la historia. La respuesta lacónica que recibe enuncia el núcleo de la trama porque, a partir de este momento, el lector sabe que debido a su carrera militar, el inglés ha vivido en la India y ha estado en contacto con la filosofía yogui. Desde las primeras frases, el narrador subraya la presencia de lo extraño, casi un tercer personaje, que es la sombra.

La pasión por la ciencia vincula a los personajes, quienes, durante la conversación, impugnan la relación de causalidad para sostener la hipótesis de que la verdad no reside en la cantidad de materia sino en la naturaleza de los cuerpos, de modo que lo mínimo puede provocar el desastre. Para construir la argumentación, la literatura se apropia del léxico científico y de las formas de razonamiento de un discurso objetivo. Los fragmentos de múltiples saberes se completan con la representación de una cantidad de poderes. Los poderes humanos se enfrentan a los cósmicos y son derrotados.

 

"El progreso lleva en su seno, como si fuera su par inexorable, la corrupción de la barbarie". [En la figura, detalle del mural "Muerte al invasor" de José David Alfaro Siqueiros.]

El universo ficcional despliega, con cierta anticipación, explicaciones psicoanalíticas sobre el retorno de lo reprimido: "Quería, como se ve, probar por la identidad del perfil entre la cara y su sombra (esto saltaba a la vista pero el alucinado sostenía lo contrario) el origen de dicha sombra (...)" (p. 93) [4]. Aunque la sombra dibuja la figura de un mono, semeja al hombre. El origen se halla en la misma humanidad. La sombra simiesca metaforiza el fantasma que acecha: el progreso lleva en su seno, como si fuera su par inexorable, la corrupción de la barbarie.

Publicado, por entregas, en Caras y Caretas, entre mayo y junio de 1909, "El mono que asesinó" de Horacio Quiroga presenta una regresión física y cultural o un viaje hacia la memoria atávica [5]. Se trata de remontar generaciones y geografías a fin de recuperar los sentidos primitivos inscriptos en la memoria y en los cuerpos. Puesto que el final se conoce desde el inicio, lo que importa en el desarrollo de la historia es encastrar las piezas para descifrar el enigma que se traba entre "el mono que asesinó" del título y el mono muerto de pulmonía de los primeros párrafos. En el comienzo, el simio y Boox se encuentran frente a frente, en una posición casi de espejo. Cuando el mono lo interpela, el hombre entra en la lógica de la especie verificando así que la memoria atávica resulta más fuerte que la influencia de la civilización.

La narración endurece las opciones que debe hacer Boox, quien se debate entre la sensatez y la locura, entre la voluntad de saber que lleva un peligro inminente y el misterio que se escurre, o entre la transparencia de ciertos fenómenos paranormales y la oscuridad hermenéutica con que los explica el no iniciado. Para develar el enigma, primero, agota la bibliografía sobre monos. Luego, "perdió Boox el último resto de sensatez que le quedaba con esa historia y fue la quinta mañana a ver a un amigo suyo, asiduo de círculos espiritistas" (p. 12). La pregunta que hace a la médium coincide con la que pliega el relato: "¿Qué relación hay entre la vida pasada de Guillermo Boox y el río está creciendo, abran la puerta e Ibango el león?" (p. 12). Pero en el descubrimiento de la verdad, no lo ayudan ni el conocimiento científico, que resulta insuficiente, ni la explicación metafórica, que se manifiesta equivocada. Las palabras deben ser tomadas a la letra. Con sorna, dice el narrador: "Boox quedó bastante iluminado en lo que concierne a las buenas intenciones que para él tenían los espíritus, y muchísimo más a oscuras que antes sobre aquel misterio."(p. 13). De repente, resuelve el acertijo: se trata de "un caso de herencia remota!" (p. 26).

 

"Cuando el mono lo interpela, el hombre entra en la lógica de la especie verificando así que la memoria atávica resulta más fuerte que la influencia de la civilización".

En apelación a un patrón de verosimilitud, la acción introduce la figura del médico quien, desde una posición equilibrada, atestigua la metamorfosis. Una vez ocurrida, el doctor López se tranquiliza con la seguridad que da la ilusión de aferrar los hechos. El cuento concreta miedos colectivos al tiempo que imagina una explicación para un caso extraordinario que, al adentrarse por senderos esotéricos, se aparta del universo conceptual científico.

 

Los orígenes del lenguaje

Los cuentos "Yzur" de Lugones y "El mono ahorcado" de Quiroga tienen varios elementos en común a partir de una situación de dominio entre el hombre y el animal en la que éste toma el signo de la mercancía o los contornos de un objeto de experimentación. Pero, y en esto se aparta de Quiroga, la prosa lugoniana moviliza flecos de una ideología autoritaria que se funde con las ideas evolucionistas.

Si una lengua expresa un mundo, la lengua del dominador es depositaria de los valores que el dominado debe asumir por convicción o por medio de la violencia. ¿Para qué y cómo usa el esclavo la lengua del señor? El dominado puede refugiarse en el silencio o gritar en la lengua del otro. Yzur es el "sujeto pedagógico" por excelencia, materia moldeable, obligado a aprender por medio de la coacción extrema [6]. El narrador busca internalizar en el inferior la relación de dominación mediante la repetición de la frase "yo soy tu amo, tú eres mi mono".

En el revés de la trama, el cuento exhibe el conjunto de estrategias que implementa el más débil en la lucha por la supervivencia [7]. En lo que respecta al aprendizaje, hay dos tipos de experiencias, el aprendizaje del lenguaje y el de modos de resistencia. Ni bien comenzado el proceso de enseñanza, el narrador cree descubrir una reacción zumbona en el chimpancé. El texto sigue los recorridos de un cientificismo dudoso que atribuye la ausencia de lenguaje a la anatomía de los órganos de fonación. A la sesuda explicación se contrapone la observación escueta de los indígenas que confirman las secuencias posteriores: "los naturales de Java atribuían la falta de lenguaje articulado en los monos a la abstención, no a la incapacidad. No hablan, decían, para que no los hagan trabajar" (p. 155).

 

A imagen y semejanza: buscando el lugar que le correspondía en la naturaleza, Darwin encontró el animal en el hombre. Otros autores realizarían el camino inverso, rastreando lo humano en el animal.

La idea de una evolución sin rupturas lleva al narrador a pensar en el estancamiento de la humanidad y desemboca en un haz de prejuicios que echa mano de nociones provenientes de teorías cerebralistas, divulgadas por la prensa de la época. El amo ensaya métodos que articulan la educación de Yzur con pedagogías aptas para la enseñanza de los inferiores desde el punto de vista racial e intelectual; las analogías -con un niño, un sordomudo, un negro y un idiota- justifican la opresión [8]. Como procedimiento extendido, la analogía -además de organizar discursos literarios- sesga discursos contemporáneos de otras esferas. Juntos constituyen un macrorrelato que hila retazos de varias disciplinas; perfora, por ejemplo, el naciente discurso eugenésico o impregna el evolucionismo social que, en el proceso de extrapolación de dominios, delata racismo y xenofobia:

"Felizmente los monos tienen, entre sus muchas malas condiciones, el gusto por aprender, como lo demuestra su tendencia imitativa; la memoria feliz, la reflexión que llega hasta una profunda facultad de disimulo, y la atención comparativamente más desarrollada que en el niño. Es, pues, un sujeto pedagógico de los más favorables.

El mío era joven además, y es sabido que la juventud constituye la época más intelectual del mono, parecido en esto al negro. La dificultad estribaba solamente en el método que emplearía para comunicarle la palabra." (p.157)

Con las primeras acciones del educador, comienzan a notarse cambios en Yzur que adopta rasgos humanos como un aumento de la tristeza y una agudización de la sensibilidad. El momento de mayor humanización del animal -que es la adquisición del lenguaje- trae aparejada la muerte pero antes de la última exhalación, pronuncia las terribles palabras que contienen el éxito del superior: "-AMO, AGUA. AMO, MI AMO..." (p. 166). El texto desborda dramatismo en este acto de rebelión; Yzur guarda silencio hasta el momento final de su vida; cuando muere, decreta su propio triunfo fugaz sobre el señor. El opresor resulta burlado.

 

¿Es el hombre algo más que un mono en posición erecta? El vínculo con el mundo animal, que tanto preocupara a los contemporáneos de Darwin y Wallace, podría remontarse más atrás. ¿Es el hombre sólo una musaraña gigante? ¿Acaso un pez trashumante? De hecho, conserva estructuras, diseños, órganos y funciones que se remontarían a los albores de la vida tal como la conocemos. Más inquietante todavía: ¿Será el hombre apenas un gusano más complejo?

Quiroga publica "El mono ahorcado" en Caras y Caretas, en 1907. El cuento entabla relaciones con "Historia de Estilicón" -dice que Titán es hijo de aquel otro gorila- y consigna el dato curioso de una fecha que retrotrae los sucesos que han servido de base para la trama, a un momento anterior a diciembre de 1904 [9]. Si pensamos que Las fuerzas extrañas es de 1906, podríamos concluir que Quiroga busca dejar en claro que él ha escrito sobre el tópico del lenguaje perdido antes que su colega.

"El mono ahorcado" refuta las teorías que afincan la superioridad del hombre en la posesión del lenguaje articulado. "La facultad de hablar no es precisamente superior", dice el texto, porque los loros hablan a imitación de los hombres en tanto el mono -que es una "organización casi perfecta"- no lo hace (p. 933). En prosa que emparienta con la filosofía, el narrador expone una teoría que imagina en lo superfluo el origen del lenguaje. Homologa la acción con la necesidad mientras contrasta ambos términos con el carácter innecesario del lenguaje. Esta oposición, que mantienen el lenguaje y la acción, concibe al primero como defecto. Las acciones preservan intacto su valor a pesar de la reiteración y, en consecuencia, todas ellas pueden presentar idéntico grado de heroísmo.

Desde el momento en que la primera acción es la única útil, el narrador trata de inculcar a Titán la noción abstracta a través de acciones gratuitas -o simulacros de acciones- que no sirven para ningún fin, como subirse a un árbol que ha sido cortado o romper un globo ya quebrado. Los experimentos provocan en el animal una desorientación creciente. La prueba fatal ocurre al cabo de cinco meses de entrenamiento:

"Sujeté al parral dos fuertes sogas con sendos nudos corredizos; uno era falso. Pasé éste por mi cuello y me dejé caer, los brazos pendientes, Titán hizo lo mismo en el otro lazo, pero presto llevó las manos al cuello y descorrió el nudo. Me miró pensativo desde el suelo. Repitió toda la tarde la hazaña, con igual resultado. No se cansaba, como no se cansó en los días sucesivos, afanándose por soportar el dolor. Aunque en los últimos tiempos le noté extrañas titubeaciones en su prodigiosa precisión de bestia, todo pasó. Hace de esto un mes, un mes largo. Y esta mañana amaneció ahorcado." (p. 934)

En la experiencia con las sogas, el mono rechaza copiar la acción y responde con otra. Cuando el narrador prueba el nudo, confirma la sospecha del suicidio. La voluntad de morir es correlativa a la angustia que causa la duda y que altera la naturaleza.

 

Un cuento de perversión, locura y muerte

Entre 1880 y 1890, la anomalía sexual es fundamento de las demás anomalías [10]. Cuando, en "Historia de Estilicón" -incluido en El crimen del otro (1904)-, Quiroga presenta la animalización progresiva de los personajes humanos, al tiempo que detalla la humanización del gorila, la idea clave que preside la prosa es la de decadencia o degeneración. La noción, que se extiende en la segunda mitad del siglo, opera como instrumento de control y delimitación de ciertas zonas peligrosas de la sociedad clasificadas de acuerdo con un estatuto patológico. El degenerado se inserta en el árbol de la herencia y porta un estado que ya no es el de enfermedad sino el de anomalía [11].

Los párrafos iniciales del relato presentan a los personajes centrales del drama contraponiendo sus naturalezas. Quiroga, que había aprendido en Poe las leyes del cuento, condensa los elementos de la tragedia próxima: Estilicón -el gorila-, Dimitri, el látigo, la furia del animal que desata el miedo al castigo. Desde el comienzo, la prosa enfatiza el devenir humano cuando compara a Estilicón con un niño mimoso y malcriado. Un paso decisivo en este proceso es el aprendizaje de la escritura y la lectura. Pero Estilicón crece; el episodio del rapto de la niña denuncia que los instintos empiezan a manifestarse. El texto apoya su eficacia en la estrategia de lo sugerido y no dicho; el elemento que organiza la narración -que es la perversión sexual- nunca se nombra.

"Ocupado en practicar una nueva forma de injerto" (p. 861). Con estas palabras se refiere el narrador a su tarea favorita, las manipulaciones genéticas. Los amores de Estilicón y Teodora también serán objetos de un experimento en cuyo transcurso el aprendiz de naturalista aparece como observador de la perversión ajena que alimenta la propia. La primera persona adopta una perspectiva que no condena ni emite juicios y califica el romance con atributos bivalentes como "formidable idilio" (p. 862). Señor en un mundo de inferiores que actúan, para él, el espectáculo de la naturaleza, el narrador no defiende a la joven ni se preocupa por el criado. Si las evaluaciones negativas faltan, abundan, en cambio, las ocasiones en que la voz narrativa toma distancia respecto del sirviente, como cuando halla las razones del odio hacia el gorila en un sentimiento de envidia que surge del contraste entre una existencia anodina y otras vidas tumultuosas.

 

Horacio Quiroga (1879 – 1937), cuentista excepcional, buscó en los instintos animales las raíces de la conducta humana. Como contrapartida, atribuyó también a los animales características que consideramos humanas. En muchos de sus cuentos, hombres y bestias intercambian sus atributos convencionales.

Dimitri, por su parte, cumple el papel de censor aunque se refugia en el silencio. El texto hace explícita la función que lo convertirá en víctima: "Una mañana Dimitri el censor vino a mi lado" (p. 862). ¿Qué censura Dimitri? ¿Los amores monstruosos del mono con la joven o la conducta monstruosa del patrón? Una escena posterior a la violación también velada de Teodora enfrenta a dos iguales, el narrador y el gorila, donde éste aparece como el doble del primero; encarna, de alguna forma, los instintos más bajos del ser humano:

"–¡Gran bestia!- le sacudí de nuevo, tratando de levantarle hasta mí por un momento. Tan solos estábamos mirándonos en los ojos, tan fuertes eran nuestras dos estaturas de hombres, que comprendió. Volvió los ojos escondidos a la pieza cerrada y todo su ser vibró de orgullo fraternal, hinchando el robusto pecho." (p. 862).

El adjetivo fraternal adquiere peso narrativo puesto que a través de la historia del mono, la perversión puede entrar en escena. En otras palabras, el hecho de hacer visible los desvíos animales permite vislumbrar, como a través de un cristal esmerilado, patologías humanas. Las miradas lujuriosas, asesinas o curiosas circulan y se detienen en diversos objetos de deseo. El mono escruta, torvamente, al sirviente. El narrador, por su parte, como un director teatral, abarca la escena entera y presiente -casi planifica- el final. La prosa agudiza los enfrentamientos; insiste en sorprender rasgos de locura en el criado y machaca con pinceladas de degradación y muerte para preparar la catástrofe. Como sucede en la tragedia clásica, en donde el acto transgresor es motor de las acciones pero no se representa directamente, en "Historia de Estilicón", el hecho perverso se lleva a cabo fuera de escena. La segunda violación se insinúa. Asustado por los gritos de Dimitri, el narrador entra en la cocina y reduce al gorila con un látigo. El sirviente no dice palabra: "Me miró extraviado. Su ropa estaba ahora rota y sucia como la de Teodora" (p. 864).

Después de la desaparición de Teodora, que muere ahogada en sangre, vuelve a instalarse la amistad entre el mono y el hombre. El arco cierra con una nueva analogía con el niño; el adjetivo inaudito vuelve para despejar cualquier duda sobre el carácter ejemplar del relato de la perversión; la intervención humana quiebra la naturaleza animal: "Ayer le sentí toser. Lo que en un niño serían dos simples impresiones, sobrecárganle como un peso inaudito: Dimitri y Teodora. Su vida tiene un exceso humano de recuerdos, y cederá cualquier día" (p. 864).

Para terminar esta breve exposición sobre los vínculos entre ciencia y literatura, quisiera volver a Holmberg. En un ensayo que presenta a la Sociedad Científica Argentina en 1885, "La Noche Clásica de Walpurgis", Holmberg analiza un pasaje de la máxima obra de Goethe. En analogía evidente con la propia figura del escritor, el texto confirma la fusión de imágenes: "El Segundo Fausto de Goethe no puede ser debidamente interpretado o más bien criticado por un literato que no sepa ciencias, ni por un amante de éstas que no sea literato en toda la extensión de la palabra" (p. 183) [12].

 

[1] E.L.Holmberg, Dos partidos en lucha, Fantasía científica. Buenos Airres. Imprenta de El Argentino, 1875, p. 140.

[2] Acerca de las funciones de la analogía en el discurso científico, véase Nancy Leys Stepan, "Race and Gender. The Role of Analogy in Science", en Sandra Harding (editor), The "Racial" Economy of Science. Toward a democratic future. Bloomington and Indianapolis, Indiana University Press, 1993, pp. 359-376.

[3] Véase Howard Fraser, In the Presence of Mystery: Modernist Fiction and the Occult, Chapel Hill, University of North Carolina Press, 1992.

[4] Las citas de "Un fenómeno inexplicable" e "Yzur" remiten a L. Lugones, Las fuerzas extrañas. Cuentos fatales, Introducción de Noé Jitrik, Buenos Aires, Espasa Calpe, 1993.

[5] Las citas remiten a H. Quiroga, El mono que asesinó, Buenos Aires, Biblioteca Página/12, s/f.

[6] Jitrik dice que el motivo central del cuento es el del lenguaje perdido y analiza las resonancias fáusticas porque "el hombre está condenado al conocimiento y se debate en su condena: está condenado también a matar al objeto del conocimiento". (Noé Jitrik, "Introducción" a Las fuerzas extrañas, p. 40.) A partir de la pregunta sobre el rol que juegan los discursos de la heterogeneidad lingüística y la representación del discurso subalterno en los procesos de construcción de la nación en América Latina, concluye Julio Ramos: "Thus, "Izur" is not simply a grotesque story about violence to animals, it is also a reflection on the conditions for the incorporation of an ethnically marked other into the rationalized space of the national language. "Izur" is an ironic exploration of the violence -and love- displayed by the actors in the national pedagogical scene". Julio Ramos, "Faceless Tongues: Language and Citizenship in Nineteenth-Century Latin America", Bammer, A. (editor). Displacements. Cultural Identities in Question, Bloomington and Indianapolis, Indiana Univ. Press, 1994. pp. 25-46.

[7] Jorge Schwartz en "De simios y antropófagos. Los monos de Lugones, Vallejo y Kafka" coincide en algunos puntos con mi lectura. El artículo -que trabaja un corpus constitutido por "Yzur", "Los Caynas" de César Vallejo e "Informe para una academia" de Franz Kafka- toma como eje el problema del descubrimiento y la domesticación de otras especies. Schwartz lee el cuento de Lugones en el reverso de Lacan. Nuevo Texto Crítico. Año XII, Enero-diciembre 1999, Nº 23/24, pp. 155-168.

[8] En su artículo "Race and Gender. The Role of Analogy in Science", Nancy Leys Stepan busca quebrar la dicotomía existente entre ciencia y metáfora y descubrir las fuentes culturales de la metáfora científica. Sandra Harding (editor), The "Racial" Economy of Science. Toward a Democratic Future, Bloomington and Indianapolis, Indiana Univ. Press, 1993, pp. 359-376.

[9] Las citas de "El mono ahorcado" e "Historia de Estilicón" remiten a Horacio Quiroga, Todos los cuentos, Edición Crítica, Coordinadores: N. Baccino Ponce de León, Jorge Lafforgue, Madrid, Colección Archivos, 1996.

[10] Los Tres ensayos sobre teoría sexual de Sigmund Freud datan de 1905. Uno de ellos, Las aberraciones sexuales, da preferencia a la homosexualidad -o la inversión, según la denominación de la época- pero incluye también casos de desviaciones del objeto sexual hacia animales. Freud considera las aberraciones sexuales como desvíos de un aspecto de la personalidad. S. Freud, Obras Completas, Vol. I, Buenos Aires, Nuevo Mundo, 1974.

[11] Michel Foucault, Les anormaux, Paris, Seuil/Gallimard, 1999. Con la figura de la degeneración, la psiquiatría adquiere, por un lado, la capacidad de referir cualquier desvío a un estado de degeneración mientras aumenta, notablemente, su poder de intervención. Por otro, reemplaza la función de curar por la de vigilar; si los estados anormales se heredan, si provienen de la genealogía del individuo, el proyecto de curar pierde sentido. La psiquiatría se dirigirá a proteger a la sociedad contra los peligros que se ciernen sobre ella.

[12] E. Holmberg, Filigranas de cera y otros textos, Buenos Aires, Simurg, 2000.