Título: Conjunción inesperada: el tránsito de Venus y el cinematógrafo

Autores: Daiana Capdevila (17), María de las Mercedes Linares Moreau (17) y Alejandro Gangui (tutor científico)

Centro de Enseñanza: Instituto de Astronomía y Física del Espacio, Capital Federal, Buenos Aires, Argentina. Código Postal 1428

Web: cms.iafe.uba.ar/gangui

 

 

 

 

ÍNDICE:

 

 

·        Abstract

·        Resumen

·        Desarrollo

·        Galería de fotos

·        Referencias

    

 

 

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Física+Matemáticas en Acción


Abstract

A rare astronomical event has just arrived to an end. On the 8th of June, 2004, Venus’ black disc transited in front of the Sun for the first time in 122 years. Curious inhabitants of the beginning of the XXI century, we all were the first living witnesses of this peculiar event.

From our location in South America, the observation was not that easy. We could hardly catch more than half an hour of the show, when Venus took away its thick cloud veil and let its silhouette be seen, after getting in the spotlights of the Sun. Our hard time was nothing, however, compared with the avatars suffered by many intrepid travellers of long past centuries. They travelled to the four corners of the world, showing unheard imagination to try and observe this magnificent event. History will never stop surprising us; it was unexpected then to find that one of these characters, together with his invention originally tailored to make chronophotography out of Venus in transit, gave the first push towards the birth of cinematography.

We want to tell you all now what we learned. Our own experience in observing the transit of Venus is about to begin: a short traveller’s log across the blue backdrop on which Venus flirts in front of the Sun.

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Resumen

Un raro fenómeno astronómico acaba de terminar. El 8 de junio de 2004 el disco oscuro de Venus transitó frente al Sol por primera vez en 122 años. Habitantes curiosos de los albores del siglo XXI, fuimos los primeros testigos en vida de este evento singular.

Desde nuestra ubicación en América del Sur, la observación no fue de las más simples. Apenas pudimos rescatar media hora del show en el que Venus retiró su espeso velo de nubes y dejó entrever su silueta, al ser sorprendida por el Sol. Nuestros contratiempos, sin embargo, nada fueron comparados a los avatares que debieron vivir muchos intrépidos expedicionarios de siglos pasados. Ellos recorrieron mar y tierra poniendo a toda marcha su maquinaria inventiva en servicio de la observación de este maravilloso evento. La historia no deja de sorprendernos, y fue curioso descubrir que uno de estos personajes, con un invento destinado originariamente a cronofotografiar un tránsito de Venus, dio pie al nacimiento del cinematógrafo.

La historia que aprendimos, ahora se la contamos a ustedes. Nuestra propia experiencia de observación la presentamos en las líneas que aquí comienzan: un breve diario de viaje por el mar azul que sirvió de telón de fondo al flirteo de Venus frente al Sol.

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Desarrollo

El 8 de junio último, millones de personas de diferentes países alrededor del mundo pudieron apreciar la silueta de Venus frente al disco solar, evocando a quienes en 1882 habían sido los últimos testigos de este raro fenómeno.

Un tránsito de Venus es, en cierto sentido, similar a un eclipse de Sol pero donde es el planeta Venus el que cumple el rol de la Luna. Sin embargo, se trata de un eclipse extremadamente parcial, ya que el ángulo que forma el disco de Venus en el cielo es 32 veces más chico que el de nuestro satélite. A pesar de que la Luna es más pequeña que Venus, por su cercanía a la Tierra la vemos más grande, y su tamaño aparente llega a ser igual que el de nuestra estrella – este hecho casual permite, como bien sabemos todos, que existan los eclipses totales de Sol. Entonces, durante un tránsito de Venus se verá un disco negro muy pequeño que se mueve a través del disco solar, como pudimos comprobar el 8 de junio pasado.

En cuanto a la observación, cabe aclarar que el fenómeno se desarrolla en forma diferente dependiendo del lugar desde donde se lo presencie. La variación reside principalmente en tres factores. El primero, es el momento del día en que se desarrolla el evento, pues como el tránsito completo dura sólo unas seis horas hay regiones de la superficie terrestre que permanecen en la oscuridad de la noche durante todo el evento. Los usos horarios: son éstos en fin de cuentas los que determinan si en un dado lugar será posible observar todo el tránsito, parte de él o perdérselo completamente.

El segundo factor importante en la observación es el que surge de las diferentes latitudes en las que se ubican los observadores, que ocasiona cambios en la perspectiva. En lenguaje técnico esta variación se conoce con el nombre de paralaje y no es muy diferente del efecto que conocemos todos cuando, al colocar el pulgar entre nuestros ojos y una pared lejana, vemos “saltar” a derecha e izquierda nuestro dedo al cerrar intermitentemente cada uno de los ojos. Por ello, en el hemisferio Norte –donde se ubica la península Ibérica– se vio la silueta oscura de Venus principalmente en la mitad inferior del Sol; mientras que en el hemisferio Sur –donde viven quienes escriben estas líneas– se vio esta silueta en la parte superior del astro.

Esquema comparativo de las trayectorias aparentes de Venus durante el tránsito del 8 de junio último, observadas desde Barcelona y desde Buenos Aires. Cabe aclarar que en la ciudad de Buenos Aires no se pudieron apreciar los dos primeros momentos de contacto, por hallarse el Sol debajo de nuestro horizonte. Las trayectorias fueron calculadas con el programa astronómico Redshift. 

Podríamos entonces pensar que la imagen se invierte cuando cambiamos de hemisferio, pero decir eso sería simplificar demasiado: después de todo, en el Polo Norte se pudo seguir todo el tránsito del pasado mes de junio, mientras que el Polo Sur no gozó ni un sólo minuto de este magnífico evento. Esto último nos hace pensar que quizás las diferentes estaciones son un factor importante también. (El 8 de junio es primavera en el hemisferio Norte y otoño en el hemisferio austral.) Y en efecto así es. La inclinación del eje terrestre con respecto al plano imaginario que la Tierra describe alrededor del Sol, es el responsable de que existan las cuatro estaciones, de que el Norte –y no el Sur– estuviese más expuesto al Sol en el momento del tránsito y que por ello las zonas boreales fuesen las más favorecidas en la observación.   

Las condiciones meteorológicas propias de cada lugar entran entre las consideraciones que siguen en importancia a la hora de planificar una observación astronómica. Por ejemplo, la frecuencia de días nublados para la correspondiente época del año –o incluso la probabilidad de lluvias, que pueden arruinar un equipo si no se toman los recaudos necesarios–, la diafanidad del cielo e incluso la presencia de la bruma matinal, este último, un factor sumamente importante si el evento ocurre al amanecer, como veremos que fue nuestro caso. De este modo, las mejores ubicaciones para observar el tránsito del mes de junio pasado fueron zonas de clima seco, como pueden encontrase en Medio Oriente y en el desierto del Sahara, por ejemplo. Las zonas de clima húmedo, sobre todo aquellas en las que el tránsito se desarrolló al amanecer, tuvieron las condiciones menos favorables de visibilidad.

Sabemos –y pudimos vivirlo en carne propia durante nuestra observación– que los efectos negativos provocados por la bruma matinal son, entre otros, el ensanchamiento lateral de la esfera del Sol y un contorno difuso para los astros. Esto dificulta claramente la observación de los momentos exactos en los que comienza o termina el ingreso o egreso de la sombra venusina por el disco solar, momentos en los que se tocan los contornos de ambos discos y que en la jerga astronómica se denominan los cuatro “contactos”.

Todos estos factores ya descriptos determinaron que en la parte central y noreste de la Argentina las condiciones de visibilidad del tránsito del 8 de junio último no hayan sido las más apropiadas (en las demás regiones, directamente no se pudo ver). En Buenos Aires, en particular, sólo se presenciaron los últimos 37 minutos del tránsito, desde el amanecer, pasando por el tercer contacto, y hasta el cuarto contacto. El clima de nuestra ciudad es extremadamente húmedo en general, ya que es una ciudad costera, y, en ocasión del tránsito, el viento norte que despeja nuestro cielo no nos ayudó. Por ello, al desarrollarse el tránsito al amanecer, la bruma matinal se vio incrementada por la humedad y por una tenue, pero incómoda nubosidad.

Conociendo estas adversidades, comprendimos que la planificación de la observación debía hacerse con cuidado y un tiempo prudente previo al evento. En un primer momento habíamos planeado observar el tránsito desde la costa, pero las probabilidades de precipitaciones nada despreciables y el carecer de una carpa rígida que nos protegiera de ellas nos hicieron cambiar de parecer, ya que si llovía el material podría dañarse gravemente. Incluso pensamos en la ironía de una situación –posible, por cierto– en la cual el horizonte estuviese despejado y el Sol brillara con fuerza, pero que nosotros, en lugar de estar observándolo con placer, nos encontrásemos corriendo bajo una lluvia torrencial sobre nuestras cabezas...

Por todo esto, decidimos buscar un punto de observación al reparo. El problema que surgió entonces fue descubrir que las costas de la ciudad están muy edificadas y que precisaríamos de un lugar elevado para sortear estos nuevos obstáculos. Entre las pocas posibilidades disponibles –y por unanimidad– nos decidimos por el domicilio particular de uno de nosotros (el del profesor y su familia) que cumple con todos los requisitos mencionados: un departamento de ubicación cercana a las orillas del río, en el último piso de un edificio alto emplazado en una zona mayoritariamente de casas bajas y que cuenta con un balcón cubierto orientado en dirección noreste (¡hasta casi parece un anuncio inmobiliario!).

El paso siguiente fue determinar las formas en las que intentaríamos observar el tránsito. Aparte de poder seguirlo a simple vista con unos anteojos protectores (como los que se usan para los eclipses solares), las alternativas eran: proyectarlo sobre una superficie blanca, utilizando un telescopio sin filtro, o mirar por el ocular del telescopio directamente, usando un filtro solar. El poco tiempo de observación con que contaríamos no justificaba emplear ambos métodos, ya que se perderían minutos preciosos durante la instalación y remoción de los accesorios.

Nuestro grupo contaba con un telescopio Meade y un amigo, Leonardo Pellizza, nos facilitó el filtro solar que necesitábamos. Junto a Mariano Mayochi, docente de escuela media y estudiante de Física que también participó en nuestra observación, compramos los adaptadores para el aparato fotográfico. Así pues, estábamos ya listos para tomar imágenes directas del tránsito de Venus. Decidimos entonces que, llegado el gran momento, colocaríamos el filtro sobre el objetivo del telescopio y observaríamos por el ocular directamente, alternando con la toma de fotografías.

Y finalmente llegó el tan esperado día del tránsito. Durante la madrugada de la Argentina (aproximadamente a las 7:20 hora oficial española) la silueta de Venus ingresaba al disco solar. Unos veinte minutos más tarde sucedía el segundo contacto, cuando el Sol aún se encontraba por debajo de nuestro horizonte. Durante horas Venus se paseó delante del Sol sin que nosotros pudiéramos presenciarlo, hasta que a las 7:55 hora oficial argentina los primeros tenues rayos de luz asomaron por el horizonte en una fría mañana de otoño, habiéndose perdido ya unas cinco horas y media del tránsito. Fue a partir de ese momento que, preparados con telescopio y cámara fotográfica, pudimos observar el pasaje del planeta de la más bella de las diosas del Olimpo sobre el disco solar.

Delante de varios cientos de aficionados madrugadores de la ciudad, Venus efectuó sus dos últimos contactos: aproximadamente a las 8:13 y 8:32 de nuestros relojes (mientras que se produjeron aproximadamente a las 13:05 y 13:24 hora española). Como explicamos antes, las diferentes ubicaciones de los observadores –de España y de la Argentina, por ejemplo– resultaron en variaciones notables, no sólo en la posición de la imagen de Venus sobre el Sol, sino también en los tiempos en los que el pequeño planeta cruzó el limbo solar (cinco husos horarios no significa que haya cinco horas entre los respectivos contactos).

Durante la observación, tomamos nota de los momentos de los dos últimos contactos –que escribimos en el párrafo anterior– para contrastarlos con las predicciones provistas por diversas fuentes de difusión. Nuestra determinación de cada contacto no fue muy precisa por las condiciones ya descriptas, que, a pesar de ser adversas, nos posibilitaron observar la mayoría de los más de treinta minutos que nuestra situación geográfica nos ofrecía. Durante la observación tomamos doce fotografías; sin embargo, sólo en dos de ellas es posible distinguir claramente la silueta de Venus.

Algunos probamos también a observar a simple vista –con los anteojos especiales– en aquellos instantes en los que otros integrantes del grupo estaban abocados a la observación con el telescopio y tomaban fotografías. Pero el intento fue infructuoso, ya que la intensidad de la luz al amanecer no era suficiente como para distinguir la silueta de Venus. En un primer momento, además, no pudimos sacar provecho del filtro solar ya que la espesa bruma matinal debilitaba en tal modo los rayos solares que, con filtro instalado, no distinguíamos los contornos.

Fotografía del último tránsito de Venus del 8 de junio de 2004 tomada por los autores. Se usó una cámara Yashica FX-3 2000 y un filtro solar (cortesía de Leo Pellizza) montado sobre un telescopio Maksutov-Cassegrain Meade ETX-125. La velocidad de la toma fue de 1/1000 con película ISO 100 (Bajo Belgrano, Capital Federal, Buenos Aires, Argentina).

Pero a medida que el sol fue subiendo y despejándose el cielo, pudimos utilizar el filtro y efectuar las tomas; una de éstas ilustra este documento. Para fotografiar el tránsito, no utilizamos el ocular del telescopio sino que –previamente– retiramos el objetivo de la cámara fotográfica y adosamos ésta a la culata del telescopio. Este último cuenta con un interruptor que dirige la imagen hacia el ocular o hacia la culata, alternadamente, según se necesite para observar directamente o tomar fotografías. De esta manera pudimos contar con el aumento necesario como para que el disco solar completo cupiera en el marco de la imagen, distinguiendo claramente la ubicación de Venus.

Las condiciones para observar este último tránsito –tanto en comodidad como en su difusión e interés masivo– fueron muy distintas a las que tuvieron que soportar los observadores de tránsitos anteriores.

Antes del tránsito del 8 de junio pasado, sólo seis eventos similares se habían producido desde la invención del telescopio (en los años 1631, 1639, 1761, 1769, 1874 y 1882). Hoy sabemos que fueron pocos los observadores que siguieron los eventos del siglo XVII. En cambio, en el siglo siguiente y armados de las ideas del célebre Edmond Halley, astrónomos expedicionarios –entre los que contamos al capitán James Cook en Tahití– recorrieron los siete mares buscando zonas de buena visibilidad.

Es agradable pensar que nuestra búsqueda de un lugar adecuado para la observación del último tránsito quizás haya emulado –en una escala mucho menor, por supuesto– los dolores de cabeza que estos intrépidos viajeros han debido sufrir en sus odiseas científicas. Algo agradable de pensar, pero exagerado, sin lugar a dudas. Estas dificultades pueden ejemplificarse con la experiencia de uno de estos viajeros, Guillaume Le Gentil, que fuera enviado a Pondicherry, en el sur de la India, para realizar la observación del tránsito del 3 de junio de 1769. Escribe Le Gentil: “Yo había viajado más de 10.000 leguas; parecía que había cruzado semejante extensión de tierra, exiliándome de mi tierra natal, solo para ser el espectador de una fatal nube que vino a posarse en el preciso momento de mi observación… estuve más de dos semanas singularmente desalentado y casi no tuve el coraje para tomar mi pluma y continuar mi diario…”.

En ese entonces, el tránsito de Venus era un medio fundamental para el cálculo de la distancia entre la Tierra y el Sol, la llamada unidad astronómica, que brinda una idea del tamaño de nuestro sistema solar. El método había sido propuesto por Halley en varios trabajos, el último de 1716, y requería realizar dos observaciones de la duración total del tránsito desde sitios de la Tierra con latitudes muy diferentes. El cambio en la posición aparente –la paralaje– de ambas trayectorias del planeta sobre la cara del Sol, serviría para calcular la distancia a este último. Con este dato, y midiendo los períodos orbitales de los demás planetas, el empleo de la ley de los períodos de Johannes Kepler daría la distancia a todos los integrantes del sistema solar. Hoy conocemos formas más precisas de calcular la unidad astronómica, basadas en hacer rebotar señales de radar contra la superficie de la Luna y de los demás planetas, y también empleando las comunicaciones por ondas de radio con naves interplanetarias lejanas. Pero esto en absoluto debe restar mérito a los científicos de siglos pasados, quienes, persiguiendo el noble objetivo de extender los conocimientos de la sociedad llegaron a poner en juego su propia vida en su afán de nuevos horizontes.

Imagen comparativa de los tránsitos de Mercurio y de Venus.  Fotomontaje realizado por Hartmut Winkler a partir de fotografías tomadas por él mismo con una cámara Philips ToUcam 740pro desde Alemania. 

En cuanto al cálculo específico de la unidad astronómica, una duda que podría surgir es: ¿por qué no se pensó en utilizar el tránsito de Mercurio, en lugar del de Venus, como medio alternativo para calcularla? Después de todo, los tránsitos de Mercurio ocurren con una frecuencia mucho mayor (más de diez por siglo). Teniendo esta ventaja –y como único punto de comparación con el tránsito de Venus, ya que son los únicos dos planetas que se encuentran entre la Tierra y el Sol (condición necesaria para que ocurra un tránsito en nuestro sistema solar)– resultaría mucho más fácil usar a Mercurio para calcular la unidad astronómica. Sin embargo, el radio de Mercurio es menor que el de Venus y, siendo el planeta más cercano al Sol, la distancia a la que se encuentra de la Tierra es mucho mayor. Esto hace que el tamaño aparente de Mercurio sobre el disco solar sea unas cinco veces menor que el de Venus (12 segundos de arco comparado con unos 58 segundos de arco para Venus). De este modo, la observación del contacto se torna mucho más imprecisa.

Los tránsitos de Venus (al igual que los de Mercurio) son sólo posibles cuando nuestro planeta se halla en el lugar donde se cortan los planos de las órbitas de la Tierra y de Venus alrededor del Sol (llamados nodos). Para Venus, esta situación puede darse al comienzo de los meses de diciembre y de junio. Pero los tres astros pocas veces se encuentran alineados y por ello los tránsitos generalmente ocurren de a pares, separados por ocho años, con más de un siglo entre pares de eventos. Además, como ya dijimos, cuando se trata de observar el tránsito hay que tener en cuenta que en ciertas zonas de nuestro planeta este fenómeno no es visible pues ocurre de noche. Por ello, aunque el próximo tránsito es dentro de 8 años, en la Argentina este fenómeno recién podrá volver a verse en diciembre del 2125, ya que los tránsitos de 2012 y 2117 ocurrirán cuando el Sol se encuentre bajo nuestro horizonte. Nuestro amigos españoles, en cambio, podrán apreciar al menos parte de todos los tránsitos mencionados, exceptuando el tránsito de 2012 que sólo podrá ser visto unos minutos en algunas zonas de España, como en los Pirineos.

Serie de imágenes tomadas por Mauro Auteri y Floriano Paglia, del Observatorio Astronómico Schiaparelli, de Varese, Italia. Fueron obtenidas con una Webcam ToUcam Pro, SC 203mm a f/10. La figura ilustra el efecto de la gota negra durante el último tránsito de Venus, en el tercer contacto.   

Los observadores del siglo XVIII descubrieron serias limitaciones en la precisión de las observaciones que habrían de comprometer el cálculo de la unidad astronómica. Entre éstas, estaban la difracción en los telescopios y la distorsión ocasionada por la atmósfera terrestre. También había otros problemas, más relacionados con la condición humana, como la agudeza visual, el tiempo de reacción y la coordinación ojo-mano (para el cronómetro). Sin embargo, la dificultad que más los sorprendió fue el efecto llamado “gota negra” que consistía en una distorsión de la silueta oscura de Venus en los momentos justos del segundo y tercer contactos (internos), cuando Venus termina su inmersión y cuando está a punto de comenzar su emersión, respectivamente. En esos momentos clave para la medición, el círculo negro del planeta y el fondo negro del cielo parecían deformarse y unirse por medio de un filamento borroso. Hoy se sabe que ese efecto es real y que se debe a la forma en que dos gradientes de brillo se suman: basta guiñar un ojo, mirar hacia una superficie brillante distante y, a pocos milímetros del otro ojo, unir lentamente el pulgar y el índice. Este efecto impedía cronometrar adecuadamente el tiempo.  

Para las observaciones del siglo XIX se plantearon dos posibles soluciones a estas dificultades. Una de ellas seguía apostando al ojo humano, armado del telescopio para contrarrestar su pequeña recepción lumínica y permitir el aumento de la imagen. Esto fue acompañado además de un entrenamiento intensivo de los observadores. La otra solución planteada fue el empleo de un nuevo instrumento para registrar series de imágenes nunca antes aplicado en el ámbito de la astronomía oficialmente: la cronofotografía. El primer y mayor exponente en este camino fue Jules Janssen con su revólver fotográfico, también llamado simplemente “el Janssen”.

El astrónomo francés Pierre Jules Janssen fue un reconocido “cazador de eclipses” de su época y más tarde el fundador del Observatorio de Meudon, al sur de París. Un científico de talla, Janssen, ya en 1868 había descubierto el Helio, primer gas noble –aislado luego por Sir William Ramsay en 1895– estudiando el espectro de la luz solar durante un eclipse. Hasta el tránsito de Venus, nunca había utilizado la fotografía en términos astronómicos, pero dadas las condiciones para la observación del tránsito de 1874, pensó que con ella se podría acumular la luz en un mayor “tiempo de exposición” y obtener resultados más precisos.

Ya desde 1867 –con la máquina de escribir– se disponía de un medio práctico para escribir rápido y prolijo. Quizás inspirándose en ella, el astrónomo tuvo la idea de crear un artilugio mecánico con el cual poder registrar una secuencia rápida de imágenes: así nació su revólver fotográfico. Su iniciativa fue acompañada por un apoyo incondicional del gobierno francés, que le permitió realizar una expedición a Japón, más específicamente a Nagasaki, victima años más tarde de otro logro de la ciencia moderna: la bomba atómica.

A la izquierda, se muestra un esquema del mecanismo utilizado por el revólver fotográfico. A la derecha, vemos un grabado de Janssen usando su aparato en Japón en 1874, en ocasión del primer tránsito de Venus del siglo XIX. En esta imagen se puede observar la disposición del espejo exterior y del “revólver”. Ambas imágenes aparecieron en la revista francesa La Nature de 1875, y son cortesía del Conservatoire numérique des Arts et Métiers.

El Janssen fue el primer aparato estrictamente cronofotográfico. Este revólver utilizaba dos discos y una placa sensible, el primero con doce orificios (obturador) y el segundo con uno solo, sobre la placa. El primero daba un giro completo cada 18 segundos, de modo que cada vez que una ventana del obturador pasaba delante de la ventana del segundo disco (fijo), la placa sensible se descubría en la porción correspondiente de su superficie, formándose una imagen. Para que las imágenes no se superpusieran, la placa sensible giraba con un cuarto de la velocidad del obturador. El tiempo de exposición era de un segundo y medio. Un espejo en el exterior del aparato reflejaba el movimiento del planeta hacia la lente que estaba localizada en el barril de este revólver fotográfico, basado en el popular revólver Colt. Recordemos que en 1835, Samuel Colt había diseñado una pistola con un cilindro giratorio que contuviera varias balas, que podrían ser despedidas por un solo barril.

El Janssen utilizaba el método del daguerrotipo,  que consiste en una placa metálica de plata expuesta a yodo gaseoso, a partir de la cual se forma en la superficie de la placa yoduro de plata que es fotosensible. Luego de la exposición a la luz, se revelaba la imagen con vapor de mercurio y se removía el exceso de yoduro de plata con una solución de sal común. El daguerrotipo surgió a partir de los experimentos del joven empresario Louis Daguerre, que en 1835 realizó el  descubrimiento fundamental que daría forma al primer método práctico de obtener fotografías.

A pesar de todos los esfuerzos en la mejora de las técnicas fotográficas, el revólver de Janssen no obtuvo los resultados esperados para el tránsito de Venus de 1874. Las imágenes que produjo eran difusas y distorsionadas, de modo que un observador terminaba siendo más preciso en sus mediciones. Quizás su futuro inmediato no estaba en la astronomía después de todo sino, como veremos, en su gran aporte posterior al desarrollo del cinematógrafo.

Paralelismo entre la secuencia del movimiento de un caballo y el tránsito de Venus, este último registrado en una placa de prueba para el evento de 1874. (La adaptación de las imágenes superiores es cortesía de Leo Alesandro. Abajo se muestra una secuencia tomada de “Attitudes of animals in motion” de 1881 de E. Muybridge.)  

En el boletín de la Sociedad Francesa de Fotografía –con la que Janssen se había relacionado estrechamente luego del tránsito de 1874– podemos leer una comunicación suya de 1876 promoviendo el uso de su invento para otras áreas de investigación independientes de la astronomía. Dice Janssen:  “La propiedad del revólver, de ser capaz de dar automáticamente una serie numerosa de imágenes tan juntas como se quiera (...), nos permitirá acercarnos a la interesante pregunta del mecanismo fisiológico relacionado con el andar, con el vuelo y con otros variados movimientos”.

En la misma época, el fisiólogo Etienne-Jules Marey concluía que el caballo tendría durante un momento de su galope las cuatro patas en el aire. De aquí que el millonario Charles Villiers Standford -fundador de la universidad que lleva su nombre- realizara una apuesta de 25.000 dólares a favor de esta observación y contratara para probarlo al inglés Eadweard Muybridge. Este será el primero, en 1878, en conseguir registrar el movimiento de seres vivos, mediante un método con 12 cámaras fotográficas ubicadas en serie, reproducirlo e incluso proyectarlo.

Sin embargo el tiempo de la proyección no se correspondía con el tiempo en el que había sucedido la acción real, ya que los intervalos entre las fotografías no eran regulares (a diferencia de lo que se daba con el Janssen, cuyos intervalos sí lo eran). Además, el punto de vista de cada toma era distinto; no se estaba reconstruyendo la acción desde la óptica de un observador, sino desde el de una cámara que acompañara al sujeto -lo que hoy llamaríamos un travelling- y en el que, en cada foto, la acción tiene un punto de vista distinto.

Inspirándose en el inglés, Marey logró solucionar estos problemas con su fusil fotográfico de 1882, que tomaba 12 fotos pequeñas sobre una placa circular, con una exposición de 1/750 de segundo cada una y a intervalos regulares. La mejora del invento de Marey sobre el Janssen fue que la imagen era captada por una –aún frágil– placa de vidrio, de modo que ya no utilizaba el poco práctico daguerrotipo, reduciéndose el tiempo de exposición. Llegamos así a la primera filmadora, aunque ésta guardaba ciertas diferencias fundamentales de concepción con las filmadoras posteriores: las imágenes obtenidas tenían como objetivo descomponer el movimiento para su estudio y no para su proyección; por otro lado, al ser obtenidas sobre un disco de vidrio, la duración de la acción que se podía registrar era necesariamente muy breve.

Fotografía de los hermanos Lumière trabajando en su estudio (panel superior).  Abajo, fotografía del film  Salida de los obreros de la fábrica Lumière. 

En mayo de 1891, Thomas A. Edison presenta el kinetoscopio, invención que utilizaba rollos fotográficos –fabricados por George Eastman, creador de la compañía Kodak, desde 1884– en vez de fotos aisladas. Esto solucionó las limitaciones que tenía el invento de Marey. Sin embargo, Edison no apostó al potencial interés de la proyección pública, por lo que no fue conocido como el creador real del séptimo arte.

A partir de este invento y de las técnicas para proyectar dibujos animados, Louis Lumière concibe en una noche de insomnio el mecanismo de uña, sistema más sencillo para el avance intermitente de la película perforada. Su hermano Auguste, en sus memorias, nos recordará este episodio al escribir “Mi hermano, en una noche, inventó el cinematógrafo”.

El 28 de diciembre 1895, los hermanos Lumière hacen la primera presentación pública de su invento, proyectando la película Salida de los obreros de la fábrica Lumière en el sótano del Grand Café des Capucines, a pasos de la ópera de París. Se cuenta que sólo asistieron 33 personas, entre estas Georges Méliès. Luego de un par de días, la gente hacía cola a la espera de la siguiente función. Su éxito fue formidable y permitió a los hermanos Lumière montar su propia productora cinematográfica. Uno de los primeros sujetos filmados en este estudio fue, casualmente, Janssen.

Nuestro encuentro con Venus fue breve pero su recuerdo nos acompañará por mucho tiempo. Nos brindó la oportunidad de realizar un trabajo grupal bien organizado y de llevarlo a cabo con éxito. Pero quizás lo más interesante de este evento astronómico único que nos tocó vivir, fue descubrir que los tránsitos de este bello planeta despertaron la imaginación de muchos pioneros, se trate de intrépidos navegantes o de científicos e inventores, y que la energía que unos y otros volcaron en su estudio los llevó a concebir los elementos precursores de la cinematografía. Con este invento concluye entonces una serie de investigaciones científicas –astronómicas en sus inicios– que signó al siglo XIX, y que abrió las puertas a un nuevo arte que se convertiría en el modo de expresión del siglo XX.

 

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Referencias

European Southern Observatory (ESO)

Le Conservatoire numérique des Arts & Métiers (CNAM)

Sitio web Sunearth de la NASA, mantenido por Fred Espenak.

Revista Sky and Telescope, números desde febrero 2004 a junio 2004.

Flammarion, Camille: Astronomie Populaire, C. Marpon y E. Flammarion, Paris, 1880.

Sicard, Monique: Passage de Vénus. Le Revolver photographique de Jules Janssen, Etudes photographiques N* 4 (mayo 1998).

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